martes, 23 de diciembre de 2014

Carta de Navidad - 2014


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EL HIJO DEL HOMBRE VINO A BUSCAR
LO QUE ESTABA PERDIDO  Lc 19, 10

La tierna compasión I 

1.- EL ÚNICO MÉRITO. Si algo se merece el hombre es compasión. Ni premios, ni alabanzas, ni adoración, sino misericordia. Ni desprecios ni abandonos ni torturas, sino compasión. La cercanía al hombre, la implicación y complicación con su vida nos lleva a entenderle, a comprenderle, a abrazarle, porque nuestra historia humana está hecha de muchos yerros y quebrantos. Cuando el mal ha echado raíces profundas y se nos hace difícil esta compasión, basta recorrer la historia completa, desde el presente hacia el pasado, del hombre sometido a la tiranía del mal para suspender el asco, la resistencia, el odio, el desprecio, la repulsión y la repugnancia (que la justicia haga su papel, si ha de hacerlo). Siempre será el hombre –hombre siempre, nunca un monstruo- digno de compasión. ¡Tantas veces habría bastado el amor a tiempo, la compasión, la misericordia y la ternura para que el hombre nunca llegara a ser una fiera!
La estampa humana, que tantas veces hemos meditado, su orfandad, su soledad, su oquedad, su infirmitas, su precariedad, su  finitud,  han conmovido las entrañas de Dios: “se revuelve su corazón dentro de él, sus entrañas se conmueven”(Os 11, 8ss) hasta prevalecer la misericordia sobre el castigo. Su amor siempre recurre a la compasión y a la ternura. “¿Es, pues, para mí Efraín un hijo tan querido, un niño tan mimado, para que, cuando tantas veces trato de amenazarle, me enternezca su memoria, se conmuevan mis entrañas y no pueda menos de desbordarse mi ternura?” (Jer 31, 20; Is 49, 14ss; 54, 7).
Porque el hombre ha conocido la misericordia de Dios y su fidelidad es capaz de implorar ese amor que cubre toda desnudez y carencia, que ofrece compasión cuando parece no haber derecho ni justicia que la avale. Esa plegaria urgida por las condiciones últimas que impone la desgracia solo puede elevarse a Dios, Padre de misericordia. “No rechaces nuestra condición miserable: al contrario, ten compasión de nosotros por tu gran misericordia; solo tu infinita misericordia borra nuestros pecados. Por eso, al presentarnos ante ti, en tu gloria, lejos de merecer la condena, obtendremos la protección de tu Hijo único, y no seremos condenados como malos servidores. Sí, Maestro y Señor todopoderoso, escucha nuestras súplicas: no conocemos otro como tú. Invocamos tu nombre, ya que tú eres el que obra todo en todos, y cerca de ti nos encontramos seguros”[1].

2.- EL ROSTRO DE LA COMPASIÓN Y LA MISERICORDIA. Dios está vuelto hacia el hombre porque ama con misericordia la obra de sus manos, pues, “Yahveh es un Dios de ternura (Rahum) y de gracia (Hanum), lento a la ira y abundante en misericordia (Hesed) y fidelidad (emet), manteniendo su misericordia (hesed)… (Éx 34, 6ss)”. Por eso Él ve y oye el clamor humano y conoce la angustia de la existencia, el golpe seco del pecado, la mortal herida del mal. “He visto la miseria de mi pueblo. He prestado oído a su clamor… conozco sus angustias. Estoy decidido a liberarlo” (Ex 3, 7ss) Dios es compasivo y misericordioso, fiel a su designio de amor, que toma en serio la vida del hombre hasta el punto de asumirla y abrazarla haciéndose Hijo de Hombre. No olvida el gemido del pobre ni dejará fracasar la esperanza del humilde y necesitado (Salmo 9). Él responde a nuestro grito con su presencia compasiva, diciendo “Aquí estoy, aquí estoy” (Is 65, 1) y rindiéndose al hombre por su compasión y su ternura hasta hacerse uno de los nuestros y correr nuestra misma suerte.
Dios ha vencido la noche y el caos a través de la compasión; ha roto la dureza, la distancia, la frialdad, la rigidez con la tierna compasión. Ha doblegado nuestra resistente indiferencia y distancia con la fiel y tierna misericordia, con la invencible compasión. El “Hijo de Hombre”[2] es el Rostro de la misericordia divina. Acogió a las multitudes, a los menos agraciados de la vida, a los enfermos, a los pecadores, a los que estaban solos, a los no amados, a los que se perdieron en un día de densos nubarrones… Todo gesto del Hijo es compasión, misericordia, fidelidad, ternura sobre todo hacia el débil y hacia el que no se ampara ni en la noche, ni en la mentira, ni en la tozuda torcedura del mal. Su compasión hacia nosotros le llevó a ser Camino de regreso hacia el Padre, rico en misericordia. Así, la compasión, hecha rostro, señal, gesto, carne en Jesús, es el camino de retorno. Por eso, solo el que ame al pobre y le sostenga será sentado a la derecha en el banquete de Bodas del Cordero (Mt 25, 31-46). Jesús, “Sumo Sacerdote misericordioso” (Heb 2, 17), es el Rostro de la tierna compasión, de la misericordia entrañable.

3.- PROVOCAR A COMPASIÓN. Hijo de Dios e Hijo de Hombre (Daniel 7, 13-14; Juan 1, 1, Juan 1, 14; 1 Juan 4, 2), Jesucristo, se hace visible y a la vez oscuro, sin relieve, sin importancia, porque nos revela la misericordia entrañable abajándose, condescendiendo. Este es el misterio apofático de la Encarnación: el Dios invisible se hace visible pero a la vez se oculta, nos muestra quién es Dios y lo vela en su misma manifestación de pobreza; se oculta, la Compasión misma, en la pequeñez de un niño recién nacido. Porque era necesario ablandar la tierra reseca y sin agua, y la ablandará la pequeñez de la criatura recién nacida, su llanto menesteroso y mendigo, sus lágrimas inocentes y su risa que seca repentinamente la escarcha y el rocío de la noche. Ni tremens ni fascinans. Dios se compadece del hombre y esto nos conmueve y asombra pero lo insospechado realmente, lo totalmente nuevo e inesperado para el hombre, es poder compadecerse él de su Dios y Señor. ¡Él quiso ser compadecido, que sintiésemos por Él la misma ternura que Él sentía como Padre por nosotros, que depusiésemos nuestros orgullos y fierezas ante esta pequeñez que provoca tanta ternura, que paraliza toda violencia! Dios ha querido sufrir, padecer, y ser compadecido. Por unos pastores, por unos sabios, por sus propios padres… como un día lo será por un ladrón, por centuriones romanos, por sus propios amigos, por su Madre, por toda una muchedumbre (Is 52, 1-12)… Sin resistencias, sin rebeldías, asumiendo el sufrimiento por compasión hacia nosotros. Su Natividad dejó esta huella en el tiempo. Su muerte y resurrección también.
Así ha querido Él que sea. Así lo aceptó el hijo en el seno trinitario, así lo asumió el Padre ( Jn 3, 16; Flp 2, 6-11). Un Dios que no desdeña verse así, de tal modo despreciado, pequeño, solo, herido, que invita a la compasión más que al temor, un Dios que ha querido pasar por este trance dramático, es en sí mismo un Dios verdaderamente compasivo, transido de misericordia y digno de ser amado.


4.- EL CAMINO DE LA COMPASIÓN. Este mundo retenido en la cultura de la fuerza y del descarte[3], en los deseos sin límites, que no tiene en cuenta al otro porque está curvado sobre sí mismo, ha sido contradicho por este Hijo de Hombre, pequeño y menudo, necesitado y paciente, cachorro humano que suscita nuestra compasión, siendo Él mismo el Compasivo, al acercarse y asumir nuestra indigencia. Este pequeño, que “meterá la mano en la hura del áspid” (Is 11, 8), desde el pesebre nos vuelve a decir las palabras que proclamó en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 18)Tal vez la fuerza de los débiles es la señal que nos muestra la ruta a seguir. Son nuestros hermanos masacrados como mártires los que traen la Luz a este mundo repleto de odios y venganzas, es la fila de hombres, mujeres y niños, con pocos enseres cruzando la frontera entre Irak y Siria buscando refugio, es la muerte de los que orando en la mezquita mueren a manos de sus mismos hermanos a causa de un odio cainita, son los vagabundos de las pateras perdidas en el mar o frente a costas inaccesibles, es cualquier débil abatido en las calles de nuestras grandes ciudades por su raza, su condición social, su religión, su cultura, lo que debería movernos a compasión y transformar nuestra vida de hombres con seguros potentes. Que nos sea concedido el don de verle y servirle porque Él está ahí, en ellos, mostrándonos el camino.
El Dios vuelto hacia el hombre para que el hombre vuelva a Dios ha trazado el camino de retorno, desde el primer instante, desde los primeros llantos infantiles, desde las primeras penurias y precariedades: la compasión. Porque es Hijo de Dios viene a darnos la compasión que merecemos; porque es Hijo de Hombre, de los mismos hombres suscita la compasión que Él se merece como tal. Escudriñemos los caminos de compasión a los que Él, desde el pesebre, nos llama y surquémoslos. Desde la oración a la acción más combativa y arriesgada, desde nuestras relaciones más cercanas a los compromisos sociales y políticos, desde lo pequeño a lo relevante, desde lo que no se ve hasta lo más evidente. Surcaremos el camino de la compasión escrutando y siguiendo las huellas –concretas, radicales, transfiguradoras- que irá dejando el que ahora vemos como un Niño recién nacido. Él nos guiará hasta el hombre, criatura por Él tan amada, y hasta el Padre que vela con misericordia por todos sus hijos.

¡Feliz Natividad del Compasivo y Misericordioso!

Unidas a toda persona humana, especialmente a aquellas que necesiten más compasión, ternura y misericordia.



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[1] San Máximo el Confesor Discurso ascético; PG 90, 912
[2] Misterioso título, arcano en la memoria del pueblo de Israel. Nosotros hemos comprendido esas palabras. Es el Dios que desciende y se hace uno de los nuestros, un hijo de hombre, a pesar de su condición divina ¿a pesar de su condición divina? No, solo Él podía hacer tanto. Ser Dios y ser hombre. Será como Hijo de Hombre como nos revele el amor excelso y misericordioso del Padre
[3] Papa Francisco, Audiencia del 26 de Nov.  de 2014, Ciudad el Vaticano, Roma.

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