domingo, 12 de enero de 2014

CARTA DE COMUNIÓN Navidad 2013

“Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, 
y su amor al hombre” (Tit 3, 4) 
1.- La Gracia del retorno. La lejanía de Dios nos sumió en la extrañeza más absoluta, aquella que nos hace fugitivos con respecto a Alguien y furtivos de una felicidad que parece escapársenos o que no acaba de dar frutos de vida. La vuelta no es un acto voluntarista del hombre; parte de una atracción de Dios sobre él, como una presencia de absoluto valor que acaba imponiéndose, la mayoría de las veces paulatinamente, sobre cualquier otra decisión y tendencia del hombre. Se vuelve por pura gracia y por adhesión a la gracia, cuando comprendemos y experimentamos que no es algo añadido a nuestra condición sino lo que nos hace ser definitivamente lo que estamos llamados a ser. 
2.- Creados en esperanza. Hay como un primer umbral de esa gracia venidera: es la Promesa de Dios (Gn 12; Lv 7, 20; Sal 2, 7; 56, 4; 119, 132; Am 9, 11; Mi 7, 20)hecha al hombre que ha sembrado en él la humilde, pero sabia, esperanza. Todo vive en estado de buena esperanza. Una especie de fuego interior que siempre está en ascuas y que basta que la aticen para que se levante en llamas. La esperanza ha dibujado en todos nosotros el gesto que nos identifica, de pie y oteando un horizonte del que esperamos confiadadamente una gracia que llegarái. Así vivimos, alzados y en espera de un don, porque para él estamos hechos y hacia él tiende nuestro corazón y nuestra vida, pues tenemos la certeza de que lo que nos envuelve no tiene la palabra definitiva, que siempre hay algo que está por llegar. Por eso, nos apostamos en la espera esperanzada de un modo tan incondicional que, cuando falta, es porque se ha dado ya una especie de muerte. La Promesa ha dejado en lo más íntimo del corazón una certeza de salvación, de luz, de dicha, de alegría verdadera… 
Aunque la Promesa se retarde, la esperanza nunca abandona. Y esa esperanza pequeña y escondida, arcana e indomeñable, es difícil de asfixiar, de ahogar, de amordazar. Si más allá de la muerte solo sobrevivirá el amor, hasta ese instante límite nos sostiene la esperanza, ella es quien nos deja en manos del Amor sin fin. Siempre, tiene la última palabra, decidiendo sobre la vida… Por eso, donde hay esperanza hay lucha, búsqueda, renovación… porque, donde ella está, nunca se claudica. Es la tenaz esperanza la que cree que en la tierra de nuestros imposibles puede plantarse la tienda de la salvación. Es la humilde esperanza la que, como una pequeña semilla, puede crecer hasta hacerse un árbol robusto. Es la resistente esperanza la única que en medio del horror sostiene la vida. 
Por eso no nos es concedido a los creyentes apagar el pábilo vacilante, la caña cascada, la vida incipiente, porque esconden en su debilidad aún la savia y la lumbre de la esperanza. El cristiano siempre sostendrá un triple compromiso con la verdad sobre el hombre: que hay en él un inviolable “al que tú no tocarás”; que nada es inexorable, fatal, irremisible, irrevocable, irremediable… ;que la realidad no es simplemente lo que es, sino lo que podría ser, lo que debería ser, lo que sería deseable. Y todo ello porque hemos sido creados por su Amor en esperanza. 
3.- De esta esperanza resistente se alza el grito, la prez, el gemido, la petición a Dios para que cumpla sus promesas. "¡Ojalá rasgaras el cielo y bajaras, derritiendo los montes" (Is 64, 1)… Visítanos con tu salvación (salm 105, 1)… "Ven a visitar tu viña, la viña que tu diestra plantó y que tú hiciste vigorosa… Que brille tu rostro y nos salve. Danos vida, para que invoquemos tu nombre" (Salmo 79). Atráenos para que volvamos… Ven, Señor Jesús… En estos gritos están todos los gritos de los hombres, todas las dudas, todos los deseos, todas las esperanzas, aunque no tengan destino o destinatario, elevados desde las más terribles lejanías, desde las ausencias de Dios más destructivas. Porque, es irrenunciable, aguardamos la alegre esperanza. Por eso, cercano el día del Nacimiento de Jesús la Iglesia irrumpe en cantos con las antífonas de Adviento más bellas dirigidas al que ha de venir, urgiéndole su venida: ¡O Sapientia, O Adonai, O Radix, O Clavis, O Oriens, O rex, O Emmanuelii… Ven a iluminarnos, Ven a libertarnos, ven y muéstranos el camino, ven y sálvanos! 
4.- Hemos sido salvados en esperanza. Y Dios cumple su promesa allegándose al hombre en su Hijo, gracia definitiva, plenitud de gracia. Dios se nos hizo infinitamente próximo y prójimo en Jesús. En el pequeño Niño de Belén “Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre” (Tit 3, 4). Esta es la Buena Nueva. Él es la nueva Zarza Ardiente, Él escuchará los gemidos del pobre, socorrerá al que no tenía protector, Él será el Dios cercano y compañero del hombre. Tan cerca del hombre que le busca hasta el último confín, hasta el límite de la muerte, hasta el abismo de Infiernos. Sin imponerse por la violencia ni la humillación, sino a través del camino de la condescendencia, del abajamiento, de la pequeñez, de la inexistencia, de la pobreza, de la humildad, se ha acercado a nosotros. Su projimidad no solo le ha llevado a avecinarse sino también a hacerse uno de los nuestros y, más aún, a ocupar nuestro lugar en la cadena de horrores que nos asaltan (Mt 25, 40). Así es como ha aparecido la bondad de Dios en el mundo y su amor por el hombre, superando todas nuestras expectativas y esperanzas, cubriéndonos de un amor, misericordia y compasión que no conocíamos. 
5.- El umbral que abre el camino de vuelta. Jesucristo, venido al mundo para salvarlo, es el cumplimiento abundante y excesivo de la Promesa de Dios hecha a nuestros padres. Él es la razón para volver a Dios. Al mirar al Dios que se ha inclinado sobre el hombre y se ha abajado hasta su altura, descubrimos el amor arrodillado de un Dios que no quiere sino que su criatura se salve. La Promesa, cumplida generosamente, tiene la fuerza de la salvación, que alza y engrandece, y la debilidad humilde de un amor que ha descendido suplicante hacia el que ama para hacerle volver. “Porque te amo te salvo”. Esta paradoja atrae la mirada, suscita la pregunta, provoca el asombro, desencadena una transformación, un cambio, un retorno, la conversión del hombre hacia este Dios que tanto le ama. En Jesús Dios mismo dice al hombre: “Estoy aquí y te amo. Soy yo, no temas. He venido a abrazar tu existencia como un amante, a asumir tu desdicha como un esposo, a sanar tus heridas como un médico, a cubrir con mi ternura y misericordia toda tu desnudez y desamparo. No, no me he olvidado de ti. Todo estaba orientado a este instante de amor ardiente y compasivo. Contigo me hago pequeño, hacia ti desciendo, por ti me ofrezco y me pongo en tus manos. He venido. Soy tuyo”. 
Este es el Camino elegido por Dios para encontrarnos y hacernos volver… y por este camino ha de volver el hombre hacia Él (SAN AGUSTÍN, Sermón 279, 7, “El permanece allí adonde nos dirigimos, vino por donde regresamos”). La gracia de su venida es una prenda de esperanza porque ha trazado el camino de vuelta. Crucemos también nosotros este umbral, el de la humildad y la pequeñez, el del abajamiento y la condescendencia, para entrar en el Camino de vuelta a la Casa del Padre. La primera misericordia y compasión de Dios con los que andábamos en sombras de muerte lleva el signo de Jesús, hecho Niño en Belén. Aquí se nos da el primer hito en el Camino de vuelta hacia el Padre. Aquí se comienza a cumplir la Promesa, aquí echa raíces nuestra esperanza definitiva. Aquí se nos aclara cómo vivir entre los hombres los que creemos en Él. Siempre será la bondad, expresada con humilde con-descendencia, la que trace el camino de amor hacia el hombre. Y, éste sabiéndose de este modo amado, se levantará y recorrerá, cumplida su esperanza, el camino hacia el Padre. 
Nuestra Comunidad os tiene presentes a todos y ora por vosotros con sincero afecto. Unidsísimas. 
¡Feliz Navidad, Feliz Venida de Dios a nosotros en humilde pequeñez y pobreza! ¡Dichosa projimidad de Dios que nos hizo volver a Él! 
M. Prado 
Comunidad de la Conversión 

BRIEF DER EINHEIT – Weihnachten 2013

[CARTA ESPAÑOL]
„Die Güte und Menschenliebe Gottes, unseres Retters, ist uns erschienen“ (Titus 3,4)

1.     Die Gnade der Rückkehr. Unsere Gottesferne führte uns zunehmend in eine absolute Entfremdung. Diese Entfremdung lässt uns fliehen vor Jemandem und heimlich ein Glück suchen, das uns ständig zu entrinnen scheint bzw. nicht wirklich Frucht in unserem Leben trägt. Die Rückkehr ist kein Willensakt des Menschen. Sie basiert auf einer Anziehung, die Gott auf den Menschen ausübt, gleich einer Präsenz absoluten Wertes, die sich ihm aufdrängt, meist sehr langsam, und nach und nach auf jegliche Entscheidung oder Neigung des Menschen Einfluss nimmt. Wir kehren aufgrund reiner Gnade zurück und durch unser Festhalten an dieser Gnade, wenn wir verstehen und erfahren, dass es sich hier um kein künstlich Zusatzelement zu unserem Naturell handelt, sondern dass genau dies uns letztendlich zu unserer wahren Berufung, unserem wahren Sein führt.

2.     Zur Hoffnung geschaffen. Etwas wie eine erste Tür zu dieser zukünftigen Gnade ist die Verheiβung Gottes an den Menschen (Gen 12; Lev 7,20; Ps 2,7; 56,4 119,132; Am 9,11; Mi 7,20), die in ihm die demütige, aber weise Hoffnung eingepflanzt hat. Alles lebt in diesem Zustand der guten Hoffnung. Sie ist eine Art inneres Feuer, das immerzu seine Glut bewahrt, und sobald es geschürt wird, erneut in Flammen ausbricht. Die Hoffnung hat in uns allen die Haltung geprägt, die uns Menschen kennzeichnet, aufrecht und auf den Horizont spähend, von dem wir vertrauensvoll ein künftiges Gut erwarten. So leben wir, aufgerichtet und in Erwartung einer Gabe, denn dafür wurden wir geschaffen und danach zieht es unser Herz und unser Leben, denn wir haben die Gewissheit, dass das, was uns umgibt, nicht das letzte Wort haben wird, dass immer etwas ausbleiben wird. Deshalb setzen wir auf die hoffnungsvolle Erwartung, und zwar auf eine derart bedingungslose Art und Weise, dass ihr Fehlen ein Ausdruck dafür ist, dass sich bereits eine gewisse Art des Todes eingestellt hat. Die Verheiβung hat im innersten des Herzens eine Gewissheit der Erlösung hinterlassen, des Lichtes, des Glücks, der wahren Freude ...
Wenn auch die Verheiβung sich nicht gleich erfüllt, die Hoffnung lässt nie im Stich. Und diese kleine und verborgene Hoffnung, geheim und unbezähmbar, ist nur schwer zu ersticken, zu ertränken, mundtot zu machen. Wenn über den Tod hinaus nur die Liebe überleben wird, wird dieHoffnung es sein, die uns bis zu diesem entscheidenden Augenblick trägt und die uns in die Hände der ewigen Liebe legt. Immer wird sie das letzte Wort haben, über unser Leben entscheiden ... Deshalb wird dort, wo es Hoffnung gibt, immer auch Kampf, Suche, Erneuerung existieren ... denn wo sie ist, gibt man niemals auf. Es ist die kühne Hoffnung, die glaubt, dass sich auf dem Boden unserer Unmöglichkeiten das Zelt des Heils errichten lässt. Es ist die demütige Hoffnung, die gleich eines kleinen Samenkorns emporwachsen kann zu einem grossen, starken Baum. Es ist allein die widerstandsfähige Hoffnung, die inmitten des Horrors Leben erhalten kann.
Deshalb ist es uns Gläubigen nicht gestattet, das geknickte Rohr zu zerbrechen, den glimmenden Docht, das beginnende Leben auszulöschen, denn sie bergen in ihrer Schwachheit noch den Lebenssaft und die Glut der Hoffnung. Der Christ wird immer an einer dreifachen Verpflichtung der Wahrheit des Menschen gegenüber festhalten: dass es in ihm ein unantastbares „Den-du-nicht-anrühren-wirst“ gibt; dass nichts vollkommen unwiderruflich, fatal, unentschuldbar, nicht wieder gutzumachen ... ist; dass die Wirklichkeit nicht einfach nur das ist, was sie ist, sondern das, was sie sein könnte, was sie sein sollte, was wünschenswert wäre. Und all das, weil wir durch seine Liebe in Hoffnung geschaffen sind.
3.     Aus dieser widerstandsfähigen Hoffnung heraus erhebt sich der Schrei, die Anrufung, das Seufzen, die Bitte an Gott,  dass er seine Verheiβungen erfüllen möge. „Reiss doch den Himmel auf, und komm herab, so dass die Berge zittern vor dir“ (Jes 63,19) ... Such mich auf und bring mir Hilfe! (Ps 106,4) ... „Wende dich uns wieder zu! ... Sorge für diesen Weinstock und für den Garten, den deine Rechte gepflanzt hat. ... Erhalt uns am Leben! Dann wollen wir deinen Namen anrufen ... Lass dein Angesicht leuchten, dann ist uns geholfen“ (Ps 80). Zieh uns zu dir, damit wir zurückkehren ... Komm, Herr Jesus ... Diese Schreie umfassen alle Schreie der Menschen, alle Zweifel, alle Sehnsüchte, alle Hoffnungen, auch wenn sie an nichts und niemanden gerichtet sind, erhoben aus Situationen der schrecklichsten Entfremdung, der zerstörerischsten Abwesenheit Gottes. Denn es gibt keinen anderen Weg, als an dieser guten Hoffnung festzuhalten. Deshalb nähert sich die Kirche dem Tag der Geburt Jesu mit den schönsten Adventsgesängen und –antifonen an den, der kommen wird, die ihn drängen, sein Kommen zu beschleunigen: O Weisheit, o Adonai, o Sproß, o Schlüssel, o Morgenstern, o König, o Immanuel ... Komm und erleuchte uns, komm und befreie uns, komm und zeig uns den Weg, komm und rette uns!

4.     Wir wurden in Hoffnung gerettet. Und Gott erfüllt seine Verheiβung an den Menschen in seinem Sohn, der endgültigen Gnade, der Fülle der Gnade. Gott ist uns unendlich nahe gekommen in Jesus. Im kleinen Kind von Betlehem ist uns die „Güte und Menschenliebe Gottes, unseres Retters, erschienen“ (Titus 3,4). Dies ist die gute Nachricht. Er ist der neue brennende Dornbusch, Er wird die Schreie des Armen erhören, dem zu Hilfe eilen, der keinen Beschützer hatte, Er wird der nahe Gott und Weggefährte des Menschen sein. Dem Menschen so nahe, dass er für die Suche nach ihm bis zum allerletzten Ende geht, bis zur Todesgrenze, bis zum Abgrund der Hölle. Ohne sich weder durch Gewalt noch durch Demütigung aufzudrängen, sondern er hat den Weg des Entgegenkommens gewählt, sich erniedrigt, klein gemacht, inexistent, arm, demütig, um sich uns zu nähern. Seine Nähe hat ihn nicht nur zu einem Entgegenkommen geführt, sondern auch dazu, einer von uns zu werden, und, mehr noch, sogar unseren Platz einzunehmen hinsichtlich all des Schrecklichen, was uns widerfährt (Mt 25, 40). Auf diese Weise ist die Güte und Menschenliebe Gottes zu uns gekommen, sie hat alle unsere Erwartungen und Hoffnungen übertroffen, und uns mit einer uns bis dahin unbekannten Liebe, Barmherzigkeit und Erbarmen zugedeckt,

5.     Die Tür, die den Rückweg öffnet. Jesus Christus, der in die Welt kam, um die Welt zu retten, ist die überreiche Erfüllung der Verheiβung Gottes an unsere Väter. Er ist der Grund unserer Rückkehr zu Gott. Wenn wir auf Gott schauen, der sich dem Menschen zugeneigt hat und bis zu seiner Ebene heruntergestiegen ist, entdecken wir die kniende Liebe Gottes, der nichts anderes möchte, als dass sein Geschöpf heil wird. Die groβzügig erfüllte Verheiβung hat die Kraft des Heils und der Rettung, die erhebt und groβ macht, und die demütige Schwachheit die einer Liebe, die herabgekommen ist zu dem Geliebten mit der Bitte, dass er zurückkehren möge. „Weil ich dich liebe, rette ich dich“. Dieses Paradox zieht den Blick auf sich, wirft Fragen auf, erweckt Staunen, bringt eine Verwandlung in Gang, eine Veränderung, eine Rückkehr, die Umkehr des Menschen zu diesem Gott, der ihn so sehr liebt. In Jesus sagt Gott selbst dem Menschen: „ Ich bin hier und liebe dich. Ich bin es, fürchte dich nicht. Ich bin gekommen, um deine Existenz zu umarmen wie ein Geliebter, dein Unglück auf mich zu nehmen wie ein Gemahl, deine Wunden zu heilen wie ein Arzt, mit meiner Zärtlichkeit und Barmherzigkeit all deine Nacktheit und Schutzlosigkeit zu bedecken. Nein, ich habe dich nicht vergessen. Alles war ausgerichtet auf diesen Augenblick der brennenden Liebe und Barmherzigkeit. Mit dir mache ich mich klein, ich komme zu dir herab, für dich bringe ich mich dar und gebe mich in deine Hand. Ich bin gekommen. Ich bin dein.“
Dies ist der Weg, den Gott gewählt hat, um uns zu finden und zurückkehren zu lassen ... und auf diesem Weg muss der Mensch zu ihm zurückkehren (Hl. Augustinus, Predigt 279, 7, „Er bleibt dort, wohin wir gehen, kam auf dem Weg, auf dem wir zurückkehren“). Die Gnade seines Kommens ist ein Zeichen der Hoffnung, weil er damit einen Rückweg aufgezeigt hat. Treten auch wir über diese Türschwelle, die der Demut und des Kleinseins, der Erniedrigung und des Hinabsteigens, um uns auf den Rückweg zum Haus des Vaters zu machen. Der gröβte Ausdruck der Barmherzigkeit und der Güte Gottes gegenüber denen, die im Schatten des Todes lebten, trägt das Zeichen Jesu, der ein Kind in Betlehem wurde. Hier finden wir den ersten Meilenstein auf dem Rückweg zum Vater. Hier beginnt die Erfüllung der Verheiβung, hier schlägt unsere letztendliche Hoffnung Wurzeln. Hier verdeutlicht sich uns, wie wir, die wir an Ihn glauben, unter den Menschen leben sollen. Es wird immer die Güte sein, ausgedrückt in einem demütigen Mit-hinabsteigen, die den Weg der Liebe zum Menschen vorzeichnet. Und wer sich auf diese Weise geliebt weiβ, wird sich aufrichten und sich – angesichts der Erfüllung seiner Hoffnung – auf den Weg zum Vater machen.

Unsere Gemeinschaft hält Euch alle präsent und betet für Euch in aufrichtiger Zuneigung. Innigst verbunden.
¡Feliz Navidad! Frohe Weihnachten! Ein frohes Kommen Gottes zu uns in demütiger Kleinheit und Armut! Oh glückliche Nähe Gottes, durch die er uns zu sich zurückkehren lieβ.
M. Prado

Comunidad de la Conversión/Gemeinschaft der Bekehrung