MIRAD
A MI SIERVO (Is
42, 1)
CARTA DE COMUNIÓN PASCUA 2014
La salvación de un descenso
ABORRECEMOS LAS SERVIDUMBRES, EL ABAJAMIENTO, LA ESCLAVITUD
Fue la rebeldía primera, la de ángeles y hombres. “No serviré” (Jer. 2, 20). Nos defendemos de la tutela de otro, de las paternidades, los sometimientos, sobre todo, de la falta de autonomía que acontece cuando no puedo gestionarme yo misma la vida sin tener que acudir a otros. No sabemos lo que es la esclavitud ni la servidumbre humillante pero experimentamos un rechazo visceral, cultural, absoluto. Lo más triste y realmente grave es que, queriendo huir de la servidumbre, caemos en otras más ocultas y nada desdeñables, destructivas e hirientes.
Hay lejanías que se miden no a lo largo o a lo ancho sino hacia el fondo. Es nuestro hundimiento, esa dimensión de máxima humildad, de intenso contacto no solo ya con la tierra sino con lo “subterráneo”, lo ínfimo, lo escondido por “enterrado”, lo que más nos asusta de nosotros mismos. Descender es más sobrecogedor que buscar siguiendo la línea del horizonte porque es adentrarse en la muerte, en el reino del sueño eterno, con el miedo de ser “enterrado” en vida. Estas caídas hacia “abajo” son auténticos países lejanos que todos de alguna manera los hemos transitado, algunos de nosotros no podemos salir de ellos, hundidos y atrapados en nuestras mezquindades y bajezas. “Abajo” es sinónimo y paradigma de muerte, de sepulcro, de enterramiento. Y Él bajó. “Cuando nosotros estábamos perdidos y éramos incapaces de volver a ti, nos amaste hasta el extremo”[1].
EL ABAJAMIENTO. LA OMNIPOTENCIA HUMILDE[2]
El abajamiento de Dios hacia el hombre quizás haya sido el gesto de mayor condescendencia que hubiéramos podido imaginar en Dios. Su descendencia, su abajamiento, su empequeñecimiento, su anonadamiento, su “invisibilidad”(Ex 3, 4; Col 1, 13; Jn 1, 18), es lo más sorprendente. La Encarnación es el acontecimiento más rompedor. Dios mismo se vació en el Hijo de su divina omnipotencia. De ahí brotan todos los motivos de asombro, de contemplación, de pasmo, de incomprensión, de sorpresa, de admiración, de atracción… que el hombre pueda tener ante su Dios y Señor[3]
Desde la Encarnación todo es impensable para el hombre: su nacimiento, su niñez, su infancia, su adolescencia desconocida, su itinerancia, su amor al desvalido, su ternura y misericordia, su amor al Padre, su sometimiento a la voluntad del hombre sobre Él, su sometimiento a la voluntad de Otro, de su Padre, su filiación…
¿Era preciso que viniera?[4]
¿Qué se abajara tanto? Pero, si no hubiera descendido a nuestras bajuras ¿nos hubiera podido recoger? La esperanza en Él se funda en este abrazo al hombre y en el haber querido asumir su pequeñez, pobreza, humildad y bajeza. Lo totalmente inesperado es que haya bajado y desde abajo nos haya querido atraer. Ha descendido a nuestra sima más profunda, no nos ha hablado desde arriba, desde el brocal, desde la altura, dando voces, instrucciones, avisos… desde lejos, sino que ha descendido para atraernos a Él. Este gesto excesivo e inesperado es sobre el que es posible fundar nuestra fe, nuestro amor y nuestra esperanza.
Su Kénosis abrazó la nuestra, la que nadie estábamos dispuestos a asumir, de la que huimos y a la que aborrecemos. Él nos abrazó en lo más bajo de nuestra condición. Fue uno más de los de abajo. Y ese abajamiento nos derrumbó, nos atrajo, nos alzó… del polvo, de la basura, donde nos hallábamos (salmo 112). Su amor al Padre y a nosotros le llevó a estos lugares, por eso “Amor ipse est notitia!”. En realidad toda la fe depositada en el Dios trinitario tiene que ver con su continua autodonación, su salida de sí, su despojamiento, en favor del hombre[5].
MIRAD A MI SIERVO. Los hombres que estaban enemistados con Dios porque le sentían ajeno (como Israel en el exilio) son de nuevo atraídos por el Siervo, es el que anudará una nueva alianza muriendo por todos, dando la vida por el pueblo perdido en el exilio. El es el término de la consolación, del abrazo de Dios con el hombre abyecto y perdido. ¡Dios está aquí!¡Está presente en esta imagen horrorosa por la que el hombre se tapa el rostro! Dios, el invisible, se muestra y sigue siendo el fascinans y el tremens! La deformación de este siervo asume la deformación humana, sin apariencia, sin aspecto atrayente, sin embargo es el que posibilita que el hombre recobre la imagen y la semejanza perdida. Al fin, el Siervo es el que de nuevo nos hace hijos. Hemos pasado de la muerte a la vida porque hemos sido amados; de la servidumbre a la libertad porque Cristo se hizo siervo y nos rescató, resucitando. ¡Este es el que nos salvó! (Fil 2, 6-8)
LA VICTORIA DE UN DESCENSO. Víctima de reconciliación Si en un primer momento nos horroriza todo lo que tiene que ver con la esclavitud y con la servidumbre ahora, mirándole a Él no podemos hacer otra cosa sino caer en el asombro, el estupor, la fascinación, la gratitud y la atracción.
Nos rinde un amor capaz de dar la vida por nosotros. Ese amor abate toda resistencia. Ese amor hecho pobre, humilde, siervo, acaba atrayéndonos a su causa que, paradójicamente, somos nosotros mismos. Un amor que se propone a aquellos que ni siquiera lo buscan (Is 65, 1b-3a)
El quicio y eje de nuestra vuelta a Dios ha pasado por un amor así, que se ha abajado hasta el extremo. Ha atraído nuestras miradas este Siervo que ha asumido nuestras servidumbres para liberarnos y ofrecernos la dignidad perdida, ser hijos (1Cor 4, 9-10). Él ha sido el inexistente para que nosotros seamos. El que al manifestarse al hombre le dijo: “Estoy aquí, soy aquel que hace ser” (Ex 3, 14), hoy lo repite lleno de oprobios, a fin de que nosotros seamos, no ya desde la omnipotencia creadora sino desde la impotencia salvadora. El amor ha vencido al pecado y a la muerte, a la servidumbre y a la esclavitud y el que por nosotros fue siervo y víctima está “coronado de gloria y honor” (Hbr 2, 9). Victor quia víctima[6]. ¡Este es el que nos salvó, el que venció a toda servidumbre del mal haciéndose víctima de reconciliación! Reconciliación con Dios y con los hombres por la vía de la pobreza y la humildad, nunca desde el papel de verdugos. Lo verdaderamente arriesgado para Dios y costoso para el hombre es que el dardo y la llama de su abajamiento nos atraviese el corazón, lo hiera y lo abrase en su Luz.
LA ALEGRÍA PERFECTA. De aquí brota la alegría perfecta. “Dichosos vosotros si hacéis esto”… “Bienaventurados los pobres, humildes, los que sufren, los…”, “Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer…” La Pascua es su paso al que los nuestros acompasan. Con Él seremos pobre y siervos, víctimas y solo con Él venceremos todas las esclavitudes y todas las servidumbres que nos atenazan. Siguiendo sus pasos, uno a uno. Haciendo que el camino de descenso sea el mismo que el de exaltación[7]
. Solo así podremos experimentar la compasión hacia el que sufre y ofrecer la vida por la reconciliación, el perdón y la paz. La alegría perfecta vendrá por el camino que Él transitó por nosotros, cuando nos abajemos para lavar los pies del otro, seamos pobres y humildes, perseguidos por el poder del mal y víctimas en lugar de verdugos en toda relación humana capaz de poner al otro antes que a mí, mediadores en tantos conflictos con el fin de alcanzar la verdad, la justicia y la paz deseadas, derrocando servidumbres de pecado pasando por un siervo de todos… Por la vía del descenso, del abajamiento, de la parte del pobre, del desvalido, del humilde, con Él para que Él y por Él subamos al Padre. ¡Aleluya!¡Jesús el Siervo nos alza consigo en su resurrección y en su subida al Padre!¡Aleluya!
Feliz Pascua del Siervo, Feliz Pascua de Resurrección.
M. Prado
Monasterio de la Conversión
[1] Plegaria Eucarística sobre la Reconciliación I
[2] San Agustín, Sermón 14, 9.
[3] San Máximo el Confesor, Carta 11, PG 91, 454-455
[4] En realidad, era la gran promesa de Dios pero
también la gran esperanza del hombre que no cesa de esperar a un salvador que
le rescate en el momento último con una salvación definitiva, antes de que le
llegue la muerte. El proceso de Kafka o Esperando a Godot, de Becket…, en la literatura
más existencial o la que expresa la desesperación nihilista al rechazar la salvación
necesitada; pero, ¿no es esa la más legítima pretensión humana también en el
plano social y político, económico y humano? Todo hombre espera ser salvado,
liberado, amado.
[5] Recuerdo la escena de una película sobre
Francisco: un leproso andaba pidiendo comida mientras tocaba una campanita para
que no se acercaran sino que se la arrojasen y pudiera recogerla sin contagiar.
Recuerdo la cara del leproso cuando ve que Francisco no atiende a la campanita
sino que desciende del caballo, se le acerca y le besa con ternura en los
labios. Eso es lo inesperado. El beso –el exceso- al leproso.
[6] San Agustín, Confesiones, X,
43. 3
[7] San Agustín, Sermón 279, 7: “Marcha por el camino para que te lleve a la patria. El
permanece allí adonde nos dirigimos, vino
por donde regresamos; pero vino sin alejarse de allí y subió al cielo sin
abandonarnos a nosotros”; San Andrés de Creta, Sermón 9, PG 97, 990-994.
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