lunes, 17 de diciembre de 2012

CARTA DE COMUNIÓN. Navidad 2012


ATRÁENOS PARA QUE VOLVAMOS
Lam 5, 21 (I)


1.- ¿Por qué viniste a nosotros? ¿Qué te hizo allegarte al hombre? ¿Acaso no bastaba con las voces proféticas, con los oráculos, con las nubes de día y las columnas de fuego en la noche, con el maná y tanta mirabilia? ¿Acaso no bastó oír tu voz en el desierto, tu Nombre en la llama?
No bastó. No era suficiente. El Señor ha venido a salvarnos, ha venido a encontrarnos.

2.- Hemos sido traídos a la vida y eso significa que la vida nos ha sido dada, entregada a nosotros mismos por Dios. La vida es por ello pura gratuidad, un don ofrecido desde el primer instante como gracia, como derroche, como posibilidad, como novedad insospechada y, por supuesto, inesperada para quien la recibe. Esconde no solo el don presente que se nos da sino un don futuro, mejor, más abundante, eterno. La vida así recibida es un Don sin fin. Al hombre le ha sido dado el regalo de la vida, él mismo se le ha sido confiado por su Creador, por eso el hombre es un ser dado.

Si acoges este don, si lo comprendes como tal, entenderás la honda y bella relación que te liga con el Dador de este bien, con Dios mismo. Hay tal unidad entre Dios y nosotros que solo podemos entendernos a nosotros mismos como “Ser de Dios”[1]. Somos de Dios y para Dios. Somos criaturas suyas y esta verdad es la que nos define, desde ella se explica el deseo de felicidad y también el sufrimiento, la libertad y también la responsabilidad, la tensión al amor y la insatisfacción continua, la inquietud y el deseo imperioso de descanso, como todos los cuerpos de la tierra. Dios es nuestra más absoluta referencia, ni nosotros mismos disponemos de nuestro destino, ni otra persona alguna puede hacer ese oficio, porque solo a Él pertenecemos como posesión suya[2].

De Él partimos y hacia Él somos atraídos[3] por la fuerza gravitatoria de su Amor, que nos ha creado y orientado hacia Él. Esa es la clave de comprensión de la inquietud agustiniana, el “hacia”[4], el “versus”, el sentido, la orientación, la inclinación del hombre hacia un espacio de felicidad verdadera. Este movimiento “hacia” nos hace peregrinos hacia el encuentro definitivo, hacia Dios, en búsqueda incesante de Aquél que nos llama y nos busca desde dentro y desde fuera, desde todas las cosas, desde toda la realidad, desde siempre.

3.- Y, sin embargo, somos seres orientados que nos desorientamos hasta extraviarnos y perder la dirección y el sentido, hasta llegar a ausentarnos de la vida, del Don magnífico recibido. Somos buscadores por naturaleza, a veces erramos en las búsquedas, elegimos mal, o trazamos caminos demasiado tortuosos, sinuosos… y somos también transgresores, rechazamos los caminos trazados desde antiguo e investigamos nuevas rutas. Haciéndonos dueños de la vida y del destino no concedemos la fianza a Dios y nos alejamos de Él hasta contradecir aquello que somos y para lo que estábamos hechos. Este es el drama humano que deriva tantas veces en tragedia.

Pero, la voz primera, la huella de origen, sigue palpitando fuerte bajo nuestra piel, y ella nos convoca a la Comunión, la pertenencia, la unidad primera de la que salimos, la que anhelamos y a la que retornamos. Su Voz nos llama a volver. La Creación ha salido de Dios y vuelve a Él; El hijo ha salido del seno trinitario para volver a Él llevando a muchos; Dios exhala su Espíritu en Pentecostés sobre la humanidad con el fin de que sea recogida de todos los puntos de la tierra y vuelva a Él. Todo vuelve para ser Comunión, todo está llamado a reunirse, nosotros estamos hechos para vivir en Él y con Él y todo el viaje existencial tiene en Él su descanso y su Patria. Jesús ha venido para que volvamos.

Por eso, decir conversión es hablar sobre el sentido de todo lo creado, la razón de ser de tu vida y de la mía y de la del más miserable de los hombres. “Conversión” es la Ley escrita en todo lo creado, en el Universo, en el Cosmos, en todos los seres… Todo se mueve en un dinamismo de expiración e inspiración, de éxodo y de retorno, de expansión y de comunión… El hombre es en cuanto criatura vuelta hacia Dios, convertida a Dios, referencia última y definitiva. Por lo tanto, todas nuestras lejanías son pérdidas de identidad, porque somos de Dios, para Dios y en Dios y, si no es así, somos de nadie y somos Nadie porque hemos perdido nuestra dignidad e identidad.

4.- Volver no es un fracaso ni una derrota del hombre, no es una condena ni una deshonrosa capitulación de lo humano. Volver es llevar a cumplimiento el designio primero. Es, en todo caso, conquistar la salida de la caverna, del reino de las sombras. Es encontrar el “sitio” para el que estamos hechos[5], es hallar a un tiempo la liberación y al Libertador[6]. Esto es obra también de la gracia, aquella que no solo nos precede como Don sino que permanece siempre, que está de parte del hombre para que logre el destino definitivo[7]. La gracia nos hace implorar la vuelta sabiéndonos precarios pero es la gracia sobre toda gracia, la recibida en Cristo Jesús, la que nos atrajo hacia el Padre. Volver es obra de la Pascua porque es posible gracias a que Él vino y nos hizo pasar de la muerte a la Vida[8].

El viene para que volvamos. “Atráenos para que volvamos” (Lam 5, 21). Su acercamiento con la Encarnación no puede dejar de atraernos hacia Él porque es el gesto magnífico del amor de Dios, de su total liberalidad, de su compasión hacia nosotros. Él viene a buscarnos, se acerca para encontrarnos[9]. Viene para que vuelvas a la Comunión con Él, porque conversión y comunión van unidas son una sola cosa.

El Año de la Fe será un año de conversión, de muchos retornos, además de esa conversión diaria que es el avivar la fe haciéndola llama ardiente. Para esto ha venido, a por los hijos dispersos, a por la oveja perdida, a por los pródigos y desterrados de este mundo nuestro. Ha venido por ti y por mí que, estando tal vez muy cerca podemos estar también lejos. Él ha venido en la carne para reunir a todos en Él y atraerlos hacia el Padre. Su Natividad fue también la nuestra y la de tantos hombres. Con El que viene volvemos también nosotros a la Vida. Somos testigos silenciosos de este Amor que atrae hacia sí y a la vez estamos llamadas a comunicarlo a los otros y a acompañar todo retorno hacia Él. Que esta Nueva Visita del Señor abra el acceso, la brecha, un hueco, la entrada por la que Dios pueda encontrar al hombre y este a Dios. ¡FELIZ PASCUA DE NAVIDAD Y DICHOSO AÑO NUEVO!

M. Prado
Comunidad de la Conversión



[1] Lo contrario al “ser como Dios”, que desplazaría el centro de gravedad de Dios al hombre y equivocaría fatalmente la verdad de las cosas.

[2] SAN AGUSTÍN, Enarrat. In Ps. 70, s. 2, 6
[3] Traído y atraído. Son dos conceptos claves: uno engendra la gratuidad del Don de la vida; el otro nos explica la razón última de este Don.
[4] Por eso también es peregrino, Homo Viator, hombre hacia Dios. Conf. X, VIII, 15
[5] SAN AGUSTÍN, De Ordine, I,I, 3; II, IV, 11; I,I, 1; Conf. VIII, IX, 10
[6] SAN AGUSTÍN, Confesiones, IX, 1, 1.
[7] SAN AGUSTÍN, De Beata vita I, 144
[8] SAN AGUSTÍN, Epist. 45, 1

[9] Cf., SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, BAC, Madrid, 1966

1 comentario:

  1. Somos don y estamos hechos para el don. Partimos de la tesis de que solo en este movimiento de exteriorización radica la felicidad. Es libre la persona que puede donar lo que es en sus adentros, la que puede expresar en el mundo su riqueza y creatividad interior. Es feliz la persona que da lo que es y observa que, gracias a ese don libremente donado, mejora, ostensiblemente, el mundo que le rodea. Gracias por la carta.

    G

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