Por lo menos en el mundo contemporáneo occidental, si no en todo el mundo, la mentalidad de las personas en lo que se refiere a la fe y la ética está ampliamente determinada por los medios de comunicación de masa, especialmente por la televisión y el cine. Los medios de comunicación occidentales son extraordinariamente eficaces a la hora de fomentar entre el gran público una enorme simpatía por creencias y prácticas que están en contraste con el Evangelio (p.ej., el aborto, el estilo de vida homosexual, la eutanasia...). La religión, en el mejor de los casos, es tolerado como algo “inocuo” y “pintoresco”, siempre que no se oponga activamente a los principios éticos que los medios de comunicación abrazan como propios. Sin embargo, cuando voces religiosas se alzan en oposición a estas ideas, los medios de comunicación pueden señalar la religión, etiquetándola como ideológica e insensible ante lo que consideran necesidades vitales de la gente en el mundo actual.
Tres miembros agustinianos del Sinodo: P. Robert Prevost, Prior General, Arzobispo José Ulloa Mendieta de Panama,
Obispo Michael Campbell de Lancaster Inglaterra.
Sin embargo, esta oposición abierta al cristianismo por parte de los medios de comunicación es sólo un aspecto del problema. La simpatía por un estilo de vida anti-cristiano que los medios promueven, ha arraigado de forma tan brillante e ingeniosa en los espectadores que, cuando la gente oye el mensaje cristiano, inevitablemente lo encuentra muchas veces ideológico y emocionalmente cruel en comparación con la ostensible humanidad de la perspectiva anti-cristiana. Los pastores católicos que predican contra la legalización del aborto, o la redefinición del matrimonio, son retratados como motivado ideológicamente, severos o insensibles, no a causa de lo que hacen o dicen, sino porque la audiencia contrasta su mensaje con la imagen simpática, comprensiva de las imágenes que producen los medios de aquellos seres humanos que, viviendo una situación moralmente compleja, optan por decisiones que hacen aparecer sanas y buenas. Así, por ejemplo, las “familias alternativas”, formadas por una pareja del mismo sexo, y sus hijos adoptados, son retratadas en la televisión o el cine de un modo agradable y simpático.
Si la “nueva evangelización” quiere contrarrestar estas distorsiones de la realidad religiosa y ética que los medios de comunicación han logrado producir, los pastores, predicadores, profesores y catequistas deberán mantenerse mucho más informados acerca del reto que representa evangelizar en un mundo dominado por dichos medios. El magisterio de la iglesia puede ser de mucha ayuda en este aspecto, y es preciso que haya un ulterior desarrollo en esta área. Digno de nota por su percepción del contexto de los medios de comunicación para la evangelización es el documento posconciliar Aetatis novae (1992). Este documento observa que los medios modernos no solo distorsionan la realidad diciéndonos lo que tenemos que pensar, nos dicen lo que tenemos que pensar sobre ello. La inclusión o exclusión de temas considerados dignos de ser tratados por los medios, es uno de los más sutiles instrumentos empleados para formar la imaginación ética de la gente y determinar la opinión pública.
Los Padres de la Iglesia pueden proporcionar una orientación excepcional para la Iglesia en este aspecto de la nueva evangelización, precisamente porque eran maestros en el arte de la retórica. Con su formación retórica, que, para muchos de ellos, constituía la mejor educación disponible en el mundo antiguo, los Padres de la iglesia ofrecieron una formidable respuesta a las fuerzas literarias y retóricas no cristianas y anticristianas que operaban en el imperio romano, al dar forma al imaginario religioso y ético del tiempo. Las Confesiones de san Agustín, con su imagen central del cor inquietum ha moldeado el camino con el que los cristianos y no cristianos occidentales han imaginado la aventura de la conversión religiosa. En su Ciudad de Dios, Agustín usa la historia del encuentro de Alejandro Magno con un pirata capturado para ironizar sobre la supuesta legitimidad moral del imperio romano. Los Padres de la iglesia, como Juan Crisóstomo, Ambrosio, León Magno, Gregorio de Nisa, no fueron grandes retóricos y a la vez grandes predicadores, fueron grandes predicadores porque ellos fueron, primero, grandes retóricos. En otras palabras, su evangelización tuvo éxito en gran parte porque comprendieron los fundamentos de la comunicación social apropiada para el mundo en el que vivían. En consecuencia, comprendieron con enorme precisión las técnicas con las cuales el imaginario popular religioso y ético de su tiempo era manipulado por los centros del poder popular de su época.
A fin de disputar con éxito el dominio de los medios sobre la mentalidad popular respecto a la religión y la moral, no es suficiente para la Iglesia poseer sus propias televisiones o patrocinar películas religiosas. Los medios de comunicación serán siempre más fuertes en este campo, y, siendo vital que la iglesia este siempre comprometida en y con los medios, no podemos competir con ellos. Más bien la iglesia debe resistir a la tentación de creer que puede competir con los modernos medios de comunicación convirtiendo la sagrada liturgia en un espectáculo. De nuevo los Padres de la iglesia, como Tertuliano, nos recuerdan hoy que el espectáculo visual es el dominio del saeculum y que la misión propia de la Iglesia es la de presentar a las personas la naturaleza del misterio como un antídoto al espectáculo. En su Ciudad de Dios, Agustín enseña que el misterio centra la imaginación en la oscuridad que rodea la muerte, especialmente las tinieblas de la crucifixión de Cristo, che Agustín vio reflejadas en la muerte de los mártires cristianos. El espectáculo, por otra parte, con sus rasgos acompañantes, la celebridad y el heroísmo, ofrece a la gente un falso confort, al distraer la mente del miedo a la muerte. Agustín vio este falso confort presente en el teatro romano, en los acontecimientos deportivos, fiestas seculares y honores militares.
El argumento de Agustín tiene importancia para la cultura moderna, en la cual los mismos rasgos antiguos del espectáculo están amplificados en falsas formas de celebridad y heroísmo. El secularismo como una fuerza anticristiana depende del control que los medios tienen de la cultura moderna, y, en consecuencia, a la imaginación religiosa y ética. En consecuencia, la evangelización en el mundo moderno debe encontrar los medios adecuados para hacer que la gente cambie su atención del espectáculo al misterio.
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