jueves, 8 de agosto de 2013
Carta a los peregrinos - Concordia
“UN SOLO CORAZÓN Y UNA SOLA ALMA
HACIA DIOS” Nuestro Camino de Fe
II PEREGRINACIÓN DE CONCORDIA (Fraternidad)
Querida Fraternidad,
Os escribo antes de iniciar nuestra Peregrinación para presentárosla y animaros a ella teniendo un solo corazón y una sola alma.
Esta convocatoria ha tenido algunas variantes. Comenzó siendo una Caminata desde Montefalco a Casia, que no se descarta en el futuro; se transformó en peregrinación familiar, pues en el proyecto anterior se echaba en falta la posibilidad de viajar en familia, para transformarse en una peregrinación más abierta a todos los miembros de nuestra Fraternidad e, incluso, a amigos o alguna persona cercana. En este punto estamos. Somos muchos, pero los suficientes para llevar a cabo un plan con la confianza en que no nos desborde. Y…nunca somos tantos como desearíamos ser, con tal de que estas actividades comunes sean un espacio de encuentro con el Señor y con lo que Él quiere para todos nosotros.
Llamaremos a este encuentro PEREGRINACIÓN DE CONCORDIA, como la que hicimos un grupo más pequeño hace dos años. CONCORDIA es la traducción a una única palabra de nuestro “un solo corazón y una sola alma”, que a S. Agustín le fascinó de la primera comunidad de Jerusalén (Hch 4, 32). Vivían todos teniendo “un solo corazón y una sola alma” es el modo de vivir la peregrinación por esta vida, a lo que Agustín añade: hacia Dios (Regla de S. Agustín, 1, 1). Y es ese “hacia” el que da el sentido de nuestra peregrinación. Destino y camino son las primera claves con las que contamos.
Y CONCORDIA es también para nosotros todo un programa de vida, una llamada de Dios a cada uno para que viva y dé la vida por el ideal de la Unidad, de la Concordia entre los hombres, de la Comunión. Esto es también un destino, una meta, a la que muchos hombres no llegan nunca, se niegan a ella, la encuentran demasiado difícil, lejana, imposible. Y es que esta meta tiene hitos insustituibles, irrenunciables: la adhesión a Jesús que es el Camino hacia la Comunión con el Padre, la Compasión por el hombre, especialmente en sus debilidades, el perdón y la reconciliación, la búsqueda de la paz de Dios… Todo esto son pasos imprescindibles hacia la verdadera y única Comunión entre nosotros y con Él.
Esto es lo que vamos a vivir en estos días. Esta es nuestra llamada particular en la Iglesia y ante este mundo que tanto necesita de personas que sean pacificadores, mediadores de paz y de concordia… en los asuntos más menudos de la vida cotidiana y los más complejos que pueda haber en ella. El hilo de oro de la Concordia irá tejiendo los días de la Peregrinación.
1er HITO (Días 17- 18). PREPARACIÓN. Los días de partida, de salida de nuestras casas, de viaje en autobús, nos ayudarán a prepararnos por dentro y por fuera. Los largos tiempos de autobús nos darán la oportunidad de descansar, de compartir, de vivir experiencias al unísono, de silencio y oración, de lectura, de contemplación de paisajes bellísimos… de alegría y de juego, de diversión fraterna, de sorpresas increíbles. También será un tiempo duro de cansancio y una cierta inquietud, de expectación y de paciencia. Será el momento de hacer presentes nuestros “desacuerdos”, nuestra falta de unidad, nuestra necesidad de una conversión a la concordia que la vida a veces no hace fácil.
2º HITO (Días 19- 20). CONFESIÓN DE FE. En Roma, con Pedro haremos una confesión de Fe juntos, recitaremos el CREDO con un solo corazón y una sola alma, dando gracias al Señor por la fe recibida de otros, que nos ha llegado pro una cadena interminable de testigos, desde los primeros a los últimos, que pueden ser personas que ahora mismo, en esta peregrinación, tenemos muy cerca. Será un momento de verdadera FIESTA DE LA FE.
3er HITO (Días 21, 22, 23 y 24). CON LOS TESTIGOS. UNA SENDA DE PAZ Y CONCORDIA: Clara de Montefalco, Rita de Casia, Nicolás de Tolentino, Beatos Leccetanos. En Casia viviremos el DÍA DE LA RECONCOCILIACIÓN Y DEL PERDÓN en el Santuario dedicado a Santa Rita. Conoceremos la grandeza de esta MUJER DE PAZ, que deseamos proponer como modelo de vida e inspiradora de un modo evangélico de vivir en un mundo lleno de rencillas, discordias y divisiones. Ella nos mostrará cómo el perdón y no la venganza abren la puerta de paz. Esto mismo lo viviremos junto a Clara de Montefalco y a San Nicolás de Tolentino, el primer santo canonizado de Nuestra Orden de San Agustín, por aclamación popular. Los Beatos leccetanos nos harán descubrir la vida de nuestros Hermanos que compaginaron una preciosa vida de oración con el cuidado del hombre, con la compasión hacia los hombres que estaban alejados de Dios.
4º HITO (Días 25 y 26). RETORNO Y MEMORIA DE LO VIVIDO. Ahora los testigos seremos nosotros, los que hemos vivido una excepcional experiencia de Dios. En el camino de vuelta haremos memoria de lo vivido y nos lo contaremos como un hermano a su hermano, es decir, sabiendo que hemos recibido un don de nuestro Padre común y queremos compartirlo.
Un Don espléndido nos aguarda en este viaje, por ello os animo a que abráis el corazón para que en él quede custodiado aquello que el Señor quiere darnos. Abrámonos también al Don que nos llega del hermano. No hemos vivido aún una experiencia de cercanía tan grande durante tantos días. Será una OIKÓS larga, un encuentro familiar, en el que seremos padres-madres, hijos-hijas, hermanos-hermanas, como Dios quiere que sea toda la Humanidad.
Os invito a poner en manos de María, Madre del Buen Consejo, Peregrina de la Fe, nuestra Peregrinación. REZAD cada día para que sea un tiempo de gracia para todos. Yd haciendo la PREPARACIÓN de mochilas y de corazón… con INMENSA ALEGRÍA porque tenemos esta oportunidad, esta posibilidad, y no queremos desperdiciarla.
Con inmenso cariño, con toda mi unidad y con toda mi confianza en el Señor que es Quién nos ha llamado a buscarle como peregrinos, siguiendo los pasos de nuestros Padres en la fe.
Por los pasos de Pedro y los Apóstoles, por los pasos de Rita, Clara, Nicolás y todos los santos, por los pasos de los que nos preceden y acompañan… vamos HACIA DIOS.
Con un solo corazón y una sola alma. ¡HASTA MUY PRONTO!
M. Prado
viernes, 5 de abril de 2013
NYUGTALAN A
SZÍVÜNK, AMÍG MEG NE M NYUGSZIK TEBENNED
Szt.
Ágoston: Vallomások , I 1,1
Homo absconditus A keresés bélyegét viseljük magunkon
és elveszünk. Eltévedünk, amint magunkat keressük, mert az élet - elsősorban
önmagunk számára - talány, és nem egyszerű megfejteni. Lényemben, legbensőbb
énemben honol a legdrámaibb szorongás: Ki vagyok? Honnan jövök? Hová tartok? Ki
törődik az életemmel? Mi a létem értelme? [1] Az ember
Istenben keresi létének értelmét és azt kérdi, amikor Hozzá fordul: Gondolt
rám? Volt-e célja azzal, hogy életre hívott engem? Szeretett? Várt engem? Önmagunk
megerősítését mindig mástól és fentről várjuk, mert önmagunkat másokra utaltan
értelmezzük, mások segítségét kérjük, amikor arra vágyunk, hogy megismerjük és
megértsük önmagunkat.[2]Narcissus
tévedése nem az volt, hogy túlzottan szerette önmagát, hanem hogy azt hitte,
ismeri a válaszokat szívének leghőbb vágyára. Nem önmagunk arca felé kell
fordulnunk. Ez a velünk született igény önmagunk megerősítésére[3] véget
nem érő versenyfutásra indít bennünket és számos eltévelyedéshez,
eltávolodáshoz, elveszéshez vezet. Saját életünk igazsága kicsúszott a
kezünkből. Szükségünk van rá, hogy valaki kulcsot adjon a kezünkbe önmagunk megértéséhez,
kézenfogjon bennünket, felnyissa a szemünket hogy lássunk, keressen és hívjon
bennünket, magához vonzzon a távolból, ahová kerültünk és minden
eltévelyedésünkből és eltávolodásunkból visszatérítsen.
Csak a szeretet
érdemel hitelt,
csak a szeretetnek van megerősítő, igenlő szava. Egy olyan Isten, aki tökéleteset
vár el tőlünk, félelemmel töltene el bennünket; rettegnénk, hogy kedvére
legyünk. De a megerősítés nem a mi érdemünkből, hanem a minden létezőt megelőző
szeretetből fakad. Csak egy ilyen, emberi mivoltunk iránt végtelenül irgalmas,
megelőző és önzetlen szeretet képes megerősíteni bennünket az életben,
létünkben. Csak ez a szeretet képes irányt mutatni, hogy el ne tévedjünk. Csak
az irgalmas szeretet képes magához ölelni csekélységünket és ajándékká,
kegyelemmé változtatni azt. Csak a megértő Szeretet képes Magához vonzani,
kihúzni bennünket a lét minden verméből. De csak sokára találunk rá erre
a Szeretetre, s ha eltávolodunk tőle, elveszünk. “Mert akik eltávoznak tőled,
íme, elpusztulnak“ (72. zsolt.)
Az emberi élet drámája az a
labirintus, amelybe az Isten, a boldogság és az igaz szeretet keresésésére
indulva keveredünk. Egyetlen eszközünk marad, a legállatibb és egyben
legemberibb kiáltás, ami követeli azt, amire teremtettünk és kanyarogva
felszáll Ahhoz, akihez szól: Hol vagy, Te aki alszol? Ez a vallásos kiáltás szakad
fel a félelmetes egisztenciális magány közepette: Ó Isten, húzz ki engem a
mélységből. “Téríts magadhoz, Uram, és megtérünk” (Siralm., 5,21,1)[4] Nekünk embereknek szükségünk van arra, hogy olyan Istenben higgyünk, aki hisz
bennünk, aki szeret bennünket, aki megerősít, hogy el ne vesszünk. “Ez az én
szeretett Fiam!” Ha életünkben hallottuk ezeket a szavakat Isten ajkáról vagy
valaki mástól, akkor minden a helyére kerül[5],
minden értelmet nyer, minden elviselhető, még a szenvedés is. Csak ekkor fakad
fel az ember igenje az Istenre, igen arra a szeretetre, amit kapott, ami
megerősítette. [6]
Mindent Magamhoz vonzok Az Istenhez térni kegyelem; néha olyan,
mint egy tőrdöfés, kígyóharapás. A kegyelem fordítja tekintetünket Felé. Ő
elsőként szeretett bennünket, már kiáltásunk előtt elénk jött; keresésünkre
indult mikor eltévelyedtünk. Krisztus által térhetünk vissza, Ő az a kegyelem,
aki visszavezet az Atyához.[7] A talány megoldása, keresésünk végcélja minden eltévelyedés közepette: a
Megfeszített. Hogyan lehet, hogy a keresztre feszített az, aki magához vonz és megerősít
bennünket emberi mivoltunkban? Úgy, hogy feltárja előttünk gyötrő helyzetünket.
A Megfeszített önmagam igaz képe, ezért vonz magához, ezért kényszerít, hogy
szembenézzek vele, hogy szemléljem. Ecce
homo. Én magam vagyok. Ez a sebzett arc az enyém. A keresztre feszített
Isten önmagunkat tárja elénk. Rólunk beszél. Az ember keresztre feszítve,
kigúnyolva, önmagára talált Benne. Te vagy az én igazi arcom.
De a Megfeszített megmutatja
ráutaltságunkat is, mert Benne néz először szembe az ember az Istennel;
összecsendül Vele és önmagára ismer. Ő feltárja előttünk, kik is vagyunk és
magához ölel, mindazzal együtt, amit önmagunktól fel sem érünk és így szól: “Te
vagy az, akit szeretek”. Felemel bennünket a porból, felsegít a sárból
(Zsolt.112,7), magához vonz az eltávolodásból, ahol tévelyegtünk. A szeretet az,
ami vonz, hangja harsog, kiált és végül magához hív. “Így szeretlek, s mert
szeretlek, megváltalak. Úgy szeretlek, ahogy vagy; ahogy te látsz engem, úgy
látlak én téged és szeretlek. Sebzetten, minden szépség és ékesség nélkül,
szeretlek! Magamhoz vonzalak.” Krisztus a megváltó Jelenlét. Csak az ilyen
teljes szeretet képes magához vonzani, megszakasztani tévelygő lépteinket,
kiegyengetni tévutainkat, kiáltva hívni azt, aki elveszett s már nem is hall. Kell,
hogy megvetettként, áldozati bárányként, torzként, szolgaként, értünk porig
alázva lássuk[8] a szeretetet ahhoz, hogy magához vonzhasson bennünket. “Én pedig, ha majd
felmagasztalnak a földről, mindent magamhoz vonzok” (Jn 12,32). Hozzá érkezünk,
hogy megkérdezzük hová tartunk?, ki vagyok én?, mondd, ki vagy te?. “Jöjj, hát,
Úr Jézus… jöjj hozzám, keress meg engem, találj reám, végy karjaidba, hordozz
engem”[9].
Keresztény paradoxon A szeretet igazsága, amit a Megfeszített Úr
közvetít felém vezet ahhoz, hogy szeressem önmagamat és szeressek minden
embert. Szeretem önmagamat, mert megtapasztaltam hatalmas gyengédségedet és
végtelen irgalmadat.
Ezt a paradoxont rejti a
Megfeszített: az erősít meg bennünket létünkben, Aki nemlétté lett; ez a
keresztény létforma. A keresztény életnek meg kell tapasztalnia a nemlétet,
hogy azzá váljék, aminek Isten akarja, hogy azt válassza, amit senki nem
szeretne, ami a világ számára nem létezik, hogy elfogadja a sebét és továbbra
is szeressen. “Megsebzetten tovább szeret.” Azt kell tehát választanunk, amit Ő
választott, hogy megváltson minket: “Már nem én élek… Krisztus él bennem.” És
mégis, ebben az eltorzult Arcban ráismerek saját átformált, elváltozott,
megfeszített és feltámadt Arcomra. Egyedül Krisztusban találjuk meg a választ:
ha elveszítjük az életet, akkor megnyerjük azt; ha meg akarjuk nyerni
magunknak, akkor elveszítjük és elveszünk.
Az életet az jelenti, hogy
hagyjuk, hogy Ő magához vonzzon és elvezessen arra a közösségre, amelyre
teremtettünk. Ez létünk végső irányultsága affelé a cél felé, amit Isten jelölt
ki az ember számára. Ez az EMBER VÉGSŐ IRÁNYULTSÁGA.
Sürgetően fontos, hogy az
eltévedt ember visszatérjen Istenhez és Benne megnyugodjék és önmagára
találjon. Az Isten az ember végső irányultsága. In Deum, Felé haladunk és minden más irány téves vagy zsákutca.
Bárcsak megismerné a világ a Megfeszített és Feltámadt Krisztust, hogy
felfedezze a legnagyobb szeretetet, ami megerősít bennünket az életben és
megnyugvást kínál. Ez az, amit nyugtalalnul kerestünk. “Magadnak teremtettél
benünket, Urunk, és nyugtalan a szívünk, amíg meg nem nyugszik Tebenned”.
Az Úr feltámad, hogy Magához
vonzzon bennünket és visszavezessen az Atya Házába. Bárcsak megvalósítaná
Húsvét kegyelmével mindannyiunk szívében és szerte a világban ezt az
átalakulást!
Áldott Húsvétot!
M.Prado
Megtérés Közösség
[1] A gyermek így kiált szüleihez: Apa, szeretsz? Apa, szeretsz engem? mert csak a
szeretet adta igazolás ad számunkra biztonságot és értelmet.
[2] XVI.BENEDEK Hitről szóló katekézis
2012 november 14. “Amikor az Isten elveszíti központi voltát, az ember
elveszíti igazi helyét, nem találja a helyét a teremtett világban, a másokkal
való kapcsolatokban.”
[3] BALTHASAR, H.U. von: Vita dalla norte. Meditazione sul misterio pasquale
Queriniana. Brescia, 1985 “Un giorno il bambino riconosce el sorriso della
madre come un segno del suo essere accolto nel mondo e, rispondendo col
sorriso, in lui si dischiude el nucleo del propio Io. Egli trova se stesso
perché è stato trovato. E avendo trovato un Tu, il molteplice Es, che
altrimenti ancora Io avvogle, può venir inglobato nel rapporto di confidenza”.
7.o.
[4] “Igen, Uram, téríts magadhoz bennünket, térítsd magadhoz a világot ésa dj
nekünk békét, add nekünk a te békéd. SZT. IRENEUSZ, 3,16,6: <>, CCCXX, Milano 1979, 268.o.
[5] SZT ÁGOSTON, Vallomások, XIII,9,10: “A szeretet az én súlyom, ő visz akárhová
megyek.”
[6]”Jöjjetek,
térjünk vissza az Úrhoz, mert Ő sebzett meg, de Ő gyógyít is meg minket. Két
nap múlva ismét életre kelt minket; harmadnapon feltámaszt, és élünk majd színe
előtt.“ (Ózeás 6,1-6)
[7] IBSEN,H., Brand: “Akkor hát
nem elég az ember egész akarata, hogy egy csepp üdvösséget szerezzen?”
[8] Izajás 52, 13-15; 53,1-12
[9] SZT AMBRUS, Expositio in
psalmum 118
PASCUA 2013 - Carta de Comunión
INQUIETO ESTÁ NUESTRO CORAZÓN HASTA QUE DESCANSE EN TI
S. Agustín. Confesiones, I, 1,1
Hungaro....................[+]
Homo absconditus. Estamos sellados por la búsqueda y es en ella donde nos perdemos. Nos perdemos al buscarnos porque la vida es un enigma, sobre todo para nosotros mismos, y no nos es fácil descifrar los enigmas. La angustia más dramática anida en mi propio ser, en lo más íntimo: ¿quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? ¿Quién mira por mi vida?¿Qué sentido tiene mi existencia?[1]El hombre ha buscado en Dios la razón de su existencia y se ha preguntado preguntándole: ¿He sido pensado?¿Traído para algo?¿Amado?¿Esperado? Porque la confirmación de nosotros mismos ha de venir siempre de arriba y de otro[2], porque nos sabemos referidos a otros a los que invocamos ayuda en este deseo de comprender y comprendernos[3]. El error de Narciso no fue quererse en exceso, que también, sino pretender tener él las respuestas al deseo más vasto de su corazón. No es nuestro rostro al que hay que acudir. Es esta necesidad de confirmación, con la que nacemos[4], la que nos impulsa a una carrera sin fin, la que provoca tantos extravíos, tantas lejanías, tantas pérdidas. La verdad sobre nuestra propia vida se nos ha escapado, como pez escurridizo, de entre las manos muchas veces. Necesitamos que alguno nos dé la pauta para descifrar, nos lleve de la mano, nos abra el ojo para ver, nos llame o nos busque, nos atraiga de allí donde nos perdimos y nos haga retornar de todos nuestros extravíos y lejanías.
Homo absconditus. Estamos sellados por la búsqueda y es en ella donde nos perdemos. Nos perdemos al buscarnos porque la vida es un enigma, sobre todo para nosotros mismos, y no nos es fácil descifrar los enigmas. La angustia más dramática anida en mi propio ser, en lo más íntimo: ¿quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? ¿Quién mira por mi vida?¿Qué sentido tiene mi existencia?[1]El hombre ha buscado en Dios la razón de su existencia y se ha preguntado preguntándole: ¿He sido pensado?¿Traído para algo?¿Amado?¿Esperado? Porque la confirmación de nosotros mismos ha de venir siempre de arriba y de otro[2], porque nos sabemos referidos a otros a los que invocamos ayuda en este deseo de comprender y comprendernos[3]. El error de Narciso no fue quererse en exceso, que también, sino pretender tener él las respuestas al deseo más vasto de su corazón. No es nuestro rostro al que hay que acudir. Es esta necesidad de confirmación, con la que nacemos[4], la que nos impulsa a una carrera sin fin, la que provoca tantos extravíos, tantas lejanías, tantas pérdidas. La verdad sobre nuestra propia vida se nos ha escapado, como pez escurridizo, de entre las manos muchas veces. Necesitamos que alguno nos dé la pauta para descifrar, nos lleve de la mano, nos abra el ojo para ver, nos llame o nos busque, nos atraiga de allí donde nos perdimos y nos haga retornar de todos nuestros extravíos y lejanías.
Solo el amor
es digno de fe, solo el amor tiene la palabra de confirmación y
afirmación. Un Dios que nos exigiera perfección nos haría temblar, tremar ante
la duda de serle de su agrado. Pero la confirmación no viene de nuestra valía
sino de un amor que antecede a todo lo que existe. Solo un amor así, lleno de
misericordia con nuestra condición, primero y gratuito, puede confirmarnos en
la existencia, en la vida. Solo ese amor es orientador y no nos hace perdernos.
Solo una misericordia amorosa puede abrazar nuestra pobreza y transformarla en
don y gracia. Solo un Amor que nos comprenda puede atraernos a Él hasta
sacarnos de todos los tugurios de la existencia. Pero tardamos en encontrar
este Amor y, alejarse de Él es perderse. “Sí, los que se alejan de ti se pierden”
(Salmo 72).
El drama humano es entrar en el laberinto al ir buscando a Dios, la
felicidad, el amor verdadero. Entonces solo queda el recurso más trágico, el
grito del dolor más animal y humano al mismo tiempo, que reclama aquello para
lo que está hecho y que se yergue tormentosamente hacia un Tú al que increpa:
¿Dónde estás, oh Tú que duermes? Ese grito religioso que se eleva en medio de
una pavorosa soledad existencia: Oh, Dios, sácame del abismo. “Atráeme, Señor,
para que vuelva” (Lam 5, 21, 1)[5].
Los hombres necesitamos tener fe en un Dios que tenga fe en nosotros, que nos
ame, que nos quiera, que nos confirme para no perdernos. “¡Éste es mi Hijo
amado!” Cuando en la vida hemos escuchado de la boca de Dios estas palabras,
como cuando las escuchamos de otro tú, todo queda ordenado[6],
todo está en su sitio, todo tiene sentido, hasta el sufrimiento, todo es
superable. Solo entonces brota el sí del hombre a su Dios, el sí al amor
recibido como confirmación[7].
Atraeré a
todos hacia Mí. Volver a Dios es obra de la gracia, que a veces actúa
como una dentellada, como un ataque, la pura gracia es la que nos hace volver
los ojos a Él. Él nos amó primero, antes de nuestro grito Él salió a buscarnos;
cuando estábamos perdidos, Él nos encontró. Volvemos por Cristo, Él es la
gracia que nos hace volver al Padre[8].
La respuesta al enigma, el final de todas nuestras búsquedas, en el fondo de todas
nuestras pérdidas, está en el Crucificado. ¿Por qué un crucificado nos confirma
como hombres y nos atrae a Él? Porque nos revela la condición propia que nos
atormenta, porque esa imagen verdadera de mí misma es la que me atrae, me
obliga a mirarla, a enfrentarla. Ecce homo. Esa soy yo. Ese rostro herido es el
mío. Nos revela a nosotros mismos este Dios crucificado. Este dice de nosotros.
El hombre se ha encontrado a sí mismo en Él, clavado en una cruz y escarnecido.
Tú eres mi verdadero rostro.
Pero el Crucificado también nos revela la condición referencial de la
existencia pues en Él por primera vez hombre y Dios riman, se miran y se
reconocen. Él nos revela lo que somos y nos abraza hasta allí donde nosotros no
podemos ni llegar y nos dice: “tú eres a quien yo amo”, y eso nos eleva desde
el polvo, nos alza de la basura (salmo 112, 7), nos atrae de las lejanías en
las que estamos perdidos. El amor es el que nos llama, con voz de cascadas y a
voces, y logra atraernos. “Así te amo y porque te amo te salvo. Te amo así,
como tú eres; como tú me ves a mí así te veo yo a ti y te amo. Herido, sin
apariencia, sin belleza alguna, ¡te amo! Te atraigo a mí.” Cristo es la Presencia
amorosa que salva. Solo un amor tan total es capaz de atraernos, de doblegar
nuestros pasos erráticos, de torcer los caminos errados, de llamar a gritos al
que, perdido, ya no oye. Nos hace falta haber visto al amor arrastrado, hecho
cordero, sin aspecto atrayente[9],
siervo nuestro, abajado hasta la tierra, por nosotros, para atraernos. Hemos
necesitado ver un sin fisuras, sin condiciones, sin retoques, sin decorados,
absolutamente bello y bueno, para ser atraídos definitivamente hacia Dios. Este
amor herido es la respuesta que esperábamos y es lo que nos hace volver.
“Cuando sea alzado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 8, 27; 3, 14).
Es a él al que llegamos para preguntarle adónde vamos, quién soy yo, dime quién
eres. “Ven, pues, Señor Jesús… Ven hacia mí, búscame, encuéntrame, tómame en
brazos, llévame”[10].
La Paradoja
cristiana. Esta verdad amorosa que me trasmite el Señor Crucificado
es lo que me lleva a amarme y a amar a todos. “Me amo porque he conocido tu
ternura infinita, tu misericordia sin orillas”.
Es la paradoja que encierra el Crucificado: que nos confirme en la existencia Aquél que se ha hecho el inexistente;
y ésta será la esencia cristiana: que la vida cristiana pase por la
inexistencia a fin de ser lo que Dios quiere de ella, que elija lo que nadie
quiere, lo que nadie ama, al que nadie prefiere, lo que no existe para este
mundo. Que asuma la herida y siga amando. “Herida, seguiré amando”. Se trata de
elegir lo que él eligió para salvarnos: “Ya no soy yo… es Cristo quien vive en
mí”. Y, sin embargo, encontrar en este Rostro sin apariencia mi propio Rostro,
desfigurado y transfigurado, crucificado y resucitado. Solo en Cristo hallamos
la respuesta: perder la vida es ganarla; quien desea ganarla para sí, la pierde
y se pierde. Es posible no perderse: dar la vida asumiendo la herida de los más
desfavorecidos para encontrarle a Él en ellos y dejarse atraer hasta llegar a
la Vida deseada.
Nos urge que el hombre perdido vuelva a Dios y que en Él se descubra a
sí mismo y halle su descanso. El Señor Jesús es la orientación definitiva del
hombre, Él nos lleva a la Comunión de destino, “In Deum”, hacia Él vamos, y
toda otra dirección es una pérdida o un camino cortado. Que el mundo conozca a
Cristo Crucificado y Resucitado para que llegue a descubrir el amor más grande
que nos confirma en la vida y nos hace descansar. Es esto lo que buscábamos
inquietamente. “Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón estará inquieto
hasta que descanse en Ti”.
El Señor resucita para atraernos a Sí y llevarnos de vuelta a la Casa
del Padre. Que la fuerza de su Pascua obre esta atracción amorosa en el seno de
cada uno de nosotros y en el seno de nuestro mundo.
¡Feliz Pascua!
M. Prado
Comunidad de la conversión
[1] Los niños gritan a sus padres: Papá, ¿me
quieres?, papá, ¿me quieres? porque solo la confirmación de un amor nos da
seguridad y sentido.
[2] PANERO, Leopoldo, Escrito a cada instante, Cultura
Hispánica,, 1949: “Ahora que el estupor me levanta desde las plantas de/los
pies,/y alzo hacia Ti mis ojos,/Señor,/dime quién eres,/ilumina quién
eres,/dime quién soy también,/y por qué la tristeza de ser hombre, Tú que
andas/sobre la nieve”.
[3] BENEDICTO XVI, Catequesis sobre la fe, 14 de Noviembre, 2012. “Cuando Dios pierde
su centralidad, el hombre pierde su justo lugar, no encuentra más su lugar en
la creación, en las relaciones con los demás”
[4] BALTHASAR, H. U. von: Vita
dalla morte. Meditazione sul misterio pasquale. Queriniana. Brescia, 1985.
“Un giorno il bambino riconosce el sorriso della madre come un segno del suo
essere accolto nel mondo e, rispondendo col sorriso, in lui si dischiude el
nucleo del propio Io. Egli trova se stesso perché è stato trovato. E avendo
trovato un Tu, il molteplice Es, che altrimenti ancora lo avvolge, può venir
inglobato nel rapporto di confidenza”. Pág. 7.
[5] “Sí, Señor, atráenos hacia ti, atrae al
mundo hacia ti y danos la paz, tu paz. SAN IRENEO, 3,16,6: Già e non ancora,
CCCXX, Milano 1979, p. 268
[6] SAN AGUSTÍN, Confesiones, XIII, 9, 10: El amor es mi peso, él me lleva dondequiera
que voy».
[7] Oseas 6, 1-6 “Vamos a volver al Señor: él,
que nos despedazó, nos sanará; él, que nos hirió, nos vendará. En dos días nos
sanará; al tercero nos resucitará; y viviremos delante de él”.
[8] IBSEN, H., Brand: “¿No basta entonces toda la voluntad de un hombre para
conseguir una sola gota de salvación?”
[9] Is. 52,13-15; 53,1-12
[10] SAN AMBROSIO, Expositio in psalmum 118
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