Texto: Lc 4,16-30
Dos premisas
Periódicamente, sobre todo en épocas de cambios y crisis históricas, para canalizar la ansiedad y los miedos, se recurre a las profecías (Malaquías, Nostradamus) ¿Cómo nos presenta la Escritura la identidad y misión de los profetas? Los profetas bíblicos no son adivinos o visionarios capaces de predecir o anticipar el futuro. La Sagrada Escritura los presenta más bien como personas carismáticas de la comunidad que descubren y anuncian la voluntad de Dios en los acontecimientos presentes de la historia[1]. Podemos indicar estas cuatro características de los profetas bíblicos: a) hombres “tocados” Dios, b) conocedores de la realidad de su tiempo c) gozan de credibilidad moral entre sus contemporáneos y d) implicación personal en un compromiso social (no sólo ideólogos).
Aunque solemos identificar a los profetas bíblicos con los del AT, hay también un profetismo neotestamentario. La gran novedad de la profecía neotestamentaria, además de la centralidad de Jesucristo, es que ha desaparecido por completo toda forma de miedo, de juicio y de condenación. El profeta es más bien el que da ánimos y el que trae un mensaje de salvación. El profeta da confianza y seguridad de que el acontecimiento de la resurrección afecta a cada uno de los creyentes. La palabra del profeta es siempre una palabra de esperanza. Después de la Pascua, la Iglesia puede reconocer como “profecía” tan sólo lo que haga más evidente el amor de Dios[2].
La relevancia o reconocimiento actual del profeta tiene que ver, según Francesc Ramis, con dos cualidades fundamentales: novedad de su mensaje y credibilidad de su persona (p. 247).
- novedad de su mensaje: capacidad de despertar al ser humano y a la sociedad de su somnolencia. No es profético anunciar más de lo mismo y siempre de la misma manera. Un mensaje nuevo no se improvisa. Requiere la sagacidad para analizar a fondo la situación social, precisa del empeño de compartir con otros las ilusiones y los proyectos, a la vez que demanda valentía contra quienes cercenan las utopías y anulan la esperanza.
2. credibilidad personal del mensajero: tampoco se improvisa o nace del azar la autoridad moral del profeta. Surge lentamente de la implicación del ser humano en los entresijos del mundo, desde el nivel más sencillo, como puede ser la solidaridad entre vecinos o en el trabajo, hasta las cotas más altas que se reflejan en el compromiso social, político o religioso.
Llegó a Nazaret donde se había criado. Contexto social y literario
Esas dos condiciones se dan plenamente en Jesús, según este pasaje del evangelio de Lc que nos describe el comienzo de su actividad pública. Tiene dentro de las dos partes de la obra lucana un carácter programático. Le sirve a Lc para hacer la presentación de Jesús y su misión. No es el primer episodio de su ministerio público, pues el propio Lc menciona otras acciones anteriores (cf. Lc 4,15.23). ¿Por qué ha elegido Lc este episodio para presentar a Jesús? ¿Por qué en Nazaret y no en Cafarnaúm donde desarrolló la mayor parte de su actividad?
Lc está presentando a Jesús ante un auditorio cuya valoración de las personas se define por categorías distintas a las nuestras. En la sociedad de la comunidad lucana un valor central era el honor[3]. Y la propia familia era la depositaria y trasmisora de tal valor. Por eso, si uno quería informarse de alguien en esta época tenía que preguntar dos cosas: ¿de quién es hijo? y ¿dónde ha nacido? La familia y el lugar de nacimiento definían con precisión a la persona.
En la cultura mediterránea del siglo primero sólo las personas honorables eran dignas de ser escuchadas. Y esta preocupación es la que determina la presentación de Jesús que hace Lc. Quiere situarlo ante sus oyentes y lectores como alguien que merece ser escuchado y para ello debe disipar toda duda sobre su honorabilidad.
Sabemos que el origen humilde de Jesús planteó dificultades a los primeros cristianos. Un pobre carpintero (artesano) nacido en una humilde familia y procedente de una aldea desconocida de Galilea tenía muy pocas posibilidades de ser escuchado por los destinatarios de Lc. Esta misma intencionalidad está presente en los capítulos precedentes de Lc (infancia, bautismo y tentaciones): Jesús es alguien a quien merece la pena escuchar y conocer. Alguien del pueblo que ha conquistado una fama rápida, llega ahora a casa y todos esperan ver de cerca personalmente las maravillas que han oído de él.
Entró en la sinagoga un sábado y se levantó para hacer la lectura. La liturgia sinagogal.
Lc describe solemnemente un espacio y un tiempo sagrados en el judaísmo rabínico. Tras la destrucción del templo 70 p.c, la sinagoga es el lugar principal de reunión para el culto judío. En ella se leía y estudiaba la biblia. La liturgia comenzaba con una serie de oraciones, después de las cuales se hacían dos lecturas (Torah y profetas), que eran comentadas bien por el rabino u otro miembro ilustre de la comunidad o por algún invitado. La escena lucana corresponde básicamente a estos datos. Jesús es invitado a por el rabino a leer y comentar el texto profético. Es otro rasgo con el que Lc quiere indicar su honorabilidad: Jesús es alguien que merece ser escuchado.
Hay un relato del libro de Hch que guarda mucha semejanza con este pasaje porque reproduce el mismo esquema: el episodio de Pablo en la sinagoga de Antioquia de Pisidia (Hch 13,13-52). También Pablo es invitado a dirigir la palabra a la asamblea.
Le entregaron el libro del profeta Isaías. La tradición profética.
La historia de Israel resulta incomprensible fuera del horizonte profético, que inspira y condiciona tanto la revelación progresiva de la fe monoteísta como las instituciones político-religiosas del pueblo. El profeta veterotestamentario es un hombre profundamente enraizado en la historia de su pueblo y totalmente “entregado” al dabar Yhwh a la que tiene que obedecer, repitiendo sus palabras.
Según S. Guijarro, el texto que se proclama es una combinación de dos pasajes del Tercer Isaías (Is 61,1-2a + 58,6). En ellos el profeta anónimo describe su propia misión que consiste en anunciar la buena noticia de la liberación a los israelitas que ya habían regresado del exilio. Parece que era un texto leído con frecuencia en las sinagogas. Estaba especialmente relacionado con la proclamación del año jubilar (Lv 25). Según la tradición, cada 49 años se debía declarar en Israel un año jubilar para restaurar la estabilidad social del pueblo de la alianza. Ese año se devolvería la libertad a quienes habían sido vendidos como esclavos para pagar sus deudas, se restituía las tierras a sus primeros propietarios y se condonaban todas las deudas. Hace diez años en su carta apostólica para el nuevo milenio, Juan Pablo II lo recordaba citando este mismo pasaje de Lc (NMI 4).
Jesús fue llamado y comprendido por sus contemporáneos como un “profeta poderoso en obras y en palabras” (Lc 24,19). Se comportó y habló con el mismo estilo de los profetas. La escena programática de Lc lo presenta interpretando las Escrituras, una tarea característica de los profetas. Apelando a la Escritura, Jesús actualiza la Palabra de Dios e ilumina el tiempo presente.
El Espíritu… me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres... Lectura espiritual.
Y. Congar (La palabra y el soplo, 1985) ha mostrado como en toda la Sagrada Escritura, desde el primer versículo del Génesis al último del Apocalipsis, la Palabra y el Espíritu (las dos “manos”) actúan siempre conjuntamente. “No se escucha la palabra de tal modo que se pueda realmente recibir y entender, sino es gracias al don de Dios”. El Espíritu es, en palabras de Agustín, el “maestro interior” que hace eficaces las palabras que se leen en las Escrituras o se escuchan a los predicadores[4].
Espíritu y palabra se encuentran unidos de un modo especial en los profetas. El Espíritu es Espíritu de verdad. Desde el principio, ha sido confesado como “el que ha hablado por medio de los profetas” (Hch 28,25; 1Pe 1,11, 2Pe 1,21). El TritoIs anuncia en un oráculo: “Mi espíritu que ha venido sobre ti y mis palabras que he puesto en tus labios no caerán de tu boca ni de la boca de tu descendencia ni de la boca de la descendencia de tu descendencia, dice Yahvé, desde ahora y para siempre” (Is 59,21). El card. Newman reconocía una tradición profética junto a la tradición apostólica o episcopal. Es también el Espíritu el garante de la “sucesión profética”.
Jesús toma el rollo de Isaías y se aplica a sí mismo la unción por el Espíritu de que habla el profeta: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. La lectura de este texto ayudó a los primeros cristianos a entender a Jesús como ungido de Dios, lleno del Espíritu (Lc 3,22; 4,1.14). Jesús será recordado como “aquel a quien Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder” (Hch 10,38), como repite el mismo Lc en el discurso de Pedro en casa de Cornelio. Y a continuación Jesús declara solemnemente que su misión profética tiene como primeros destinatarios a los pobres: para anunciar la buena noticia a los pobres.
Este pasaje es un buen compendio de los temas principales del evangelio de Lc y contiene un programa de evangelización (que después desarrollan Lc y Hch) con tres rasgos característicos[5]:
a) El verdadero protagonista de la misión es el Espíritu Santo, que ha ungido a Jesús. Todo el tiempo de la actuación de Jesús es un tiempo de gracia inundado por la presencia del Espíritu (curaciones, exorcismos). Igualmente, después, en el tiempo de la Iglesia, lo más importante de los mensajeros del evangelio no van a ser sus cualidades humanas o su prestigio, sino que estén “llenos del Espíritu Santo” (Pedro, Esteban, Felipe, Pablo, etc.).
b) El contenido del anuncio profético es una Buena noticia. El evangelio de Jesús es ante todo una buena noticia de liberación. También la misión de los discípulos debe consistir en anunciar una buena noticia. La Palabra de Dios no es primero verdad y después, de paso, también evangelio (“Buena noticia”), sino al revés. Porque es euanggelion (Mc 1,1) es la verdad. En el presente la impresión que se tiene es que se insiste en el “splendor veritatis”, pero no se comunican buenas noticias, con lo que crece dentro de la Iglesia el recelo y el miedo. “No apaguéis el Espíritu; no despreciéis las profecías” (1Tes 5,19-20).
c) Los principales destinatarios del evangelio son los pobres (presos, ciegos, oprimidos). El anuncio de la salvación de los pobres se proclama en la sinagoga de Nazaret en primer lugar y conjuntamente con el de la liberación de los presos, la vista de los ciegos y el consuelo de los oprimidos (v. 22) y se repite, en último lugar, en el episodio de la embajada del bautista: “a los pobres se anuncia el reino de Dios” (Lc 7,22).
Quizás se adivina ya una pequeña decepción en el auditorio de sus paisanos, que va a convertirse en cierta perplejidad cuando Jesús interrumpe de un modo inesperado la lectura con las palabras: Y proclamar un año de gracia del Señor. No va a tener lugar ningún “día de venganza”, como prosigue la cita de Isaías (v. 2b). Jesús mutila el texto para omitir intencionadamente el anuncio del “día de venganza de nuestro Dios”, algo que a los oídos de la gente de su pueblo suena a novedad sacrílega.
Esta Escritura que acabáis de oír, se ha cumplido hoy. Una Palabra viva y eficaz (Hb 4,12).
Jesús ha enrollado el papiro y se ha sentado en silencio. “Fijos los ojos en Jesús” (cf. Hb 12,2). Es el centro de todas las miradas. Están fijas en él. Hay silencio antes de que comience a hablar de nuevo, y habrá un silencio todavía más denso después. El silencio es el ambiente que precede siempre a la Palabra de Dios. Y ésta solamente puede ser acogida en silencio. No se oye ni respirar. El comentario de Jesús es breve, pero muy elocuente: El inaugura el tiempo en que Dios va a cumplir todas sus promesas. Los primeros cristianos leían con esta convicción las Escrituras. Para ellos el mensaje que contenían no se refería al pasado, sino que se hablaba del hoy, del presente inaugurado por Jesús. La Palabra de Dios no se refería ya a un futuro que nunca llega, ni estaba dicha para las generaciones venideras. Aquellos viejos textos iluminaban sus vidas (Emaus) cuando los leían en comunidad y a la luz de la Pascua. A sus paisanos nazarenos la palabra de Jesús les parece una palabra nueva. Cada uno de ellos parece sentir que Jesús está hablando de él, de su propia vida (de nuestras pobrezas, esclavitudes, cegueras y opresiones).
Los padres de la Iglesia han practicado este tipo de “lectura espiritual”. Dice Congar que la Sagrada Escritura aparece como dotada de una estructura sacramental. Ofrece un significado y tiene una eficacia que van más allá de la materialidad de las palabras escritas o pronunciadas. Si se trata de la Palabra de Dios, la palabra está presente al modo de la eucaristía, es decir, es igualmente presencia real del Verbo. Como la eucaristía, pide ser “alimento espiritual”…[6].
¿No es este el hijo de José? La reacción.
Los comentaristas señalan que esta pregunta del v.22, aparentemente inocente, señala el punto de inflexión y es la clave del desenlace del relato. Se va a producir un cambio brusco: el tono positivo del pasaje va a convertirse pronto en una agria controversia, en la que Jesús se enfrenta dialécticamente a sus paisanos, que van a terminar reaccionando con violencia contra él. ¿Qué ha pasado? Lo que está en juego aquí es de nuevo el honor, la credibilidad de Jesús que no es reconocida por sus paisanos. Por eso sospechan de él. Lo expresan muy bien dos dichos (“proverbios”) de la sabiduría popular que cita Lc: “Médico, cúrate a ti mismo” y “Nadie es profeta en su tierra”.
Jesús comienza explicando que no ha realizado en su patria las señales que ha hecho en Cafarnaúm por la des-confianza de los suyos. El refrán sobre el profeta se encuentra en todos los testimonios de la tradición (cf. Jn 4,44). Ese rechazo anticipa ya el que sufrirá Jesús y también sus discípulos.
Jesús pasa al contraataque recordando dos testimonios de la Escritura que confirman su actitud: el envío del profeta Elías a la viuda de Sarepta (1Re 17,1-16) y la curación de Naamán por el profeta Eliseo (2Re 5,1-14). Jesús, el profeta rechazado por los suyos, se identifica con Elías y Eliseo, dos grandes profetas anteriores (no escritores), enviados a llevar la sanación a dos paganos, que además de ser extranjeros no judíos, eran dos marginados sociales. Las viudas y los leprosos pertenecen, sin ninguna duda, al grupo de los pobres y oprimidos, a quienes Jesús ha dirigido anteriormente la buena noticia de la liberación, según el texto de Is.
En definitiva, dichas en una sinagoga, las palabras de Jesús son ahora abiertamente provocadoras. No sólo se afirma (pacíficamente) que el mensaje de Jesús no es exclusivo de Israel y que está abierto también a los paganos. Lo escandaloso es que, aun cuando había muchas viudas y leprosos en Israel, se pone como ejemplo la misma tradición judía, para decir que los destinatarios privilegiados de esa buena noticia son los marginados también desde el punto de vista religioso. ¿Quiénes podrían ser hoy las viudas de sarepta y los nuevos Naamanes?
Lo echaron fuera de la ciudad… con ánimo de despeñarlo. El destino de los profetas.
La reacción del auditorio de la sinagoga contra Jesús ha ido aumentando. Se ha pasado de la admiración a la sospecha (por dirigirse con predilección a los pobres), al rechazo (por mutilar el texto profético) y finalmente a la agresión airada (por invocar la propia tradición contra el pueblo elegido). La reacción violenta, hasta un intento de homicidio, con que termina el relato evoca el final de las bienaventuranzas: “bienaventurados cuando os odien, cuando os expulsen, os injurien…Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas” (Lc 6,22-23).
Hay una alusión clara a lo que será una constante de la vida de Jesús y también de sus discípulos. No sólo la crítica y el rechazo, sino también la abierta persecución por parte de su propio pueblo. Lo más triste es que la oposición al anuncio del evangelio venga precisamente de los más cercanos (de los de casa). En este caso, Jesús evita a sus agresores, pero su historia terminará con la muerte también “fuera de la ciudad”, a pesar de que “no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén” (Lc 13,33). Jesús se lamentará: “¡Jerusalén, Jerusalén que matas a los profetas…! (Lc 13,34). También los mártires de la Iglesia de los primeros siglos tuvieron cumplida experiencia de este destino.
El anuncio de la buena noticia pone en peligro el orden establecido, por eso tropieza siempre con la oposición de los que detentan el poder y necesitan defender su seguridad y sus privilegios. En lugar de una buena noticia ellos lo que ven es una amenaza. Pero sobre el destino de los profetas, nada mejor para terminar que escuchar la voz de un profeta del s. XX que, como muchos otros, es también mártir[7].
Conclusión.
El pasaje del anuncio en la sinagoga es un relato muy elaborado. Propone el programa de lo que será el ministerio público de Jesús y la misión de la iglesia apostólica. El evangelista quiere subrayar sus elementos básicos: es una iniciativa del Espíritu, requiere autoridad moral, consiste en anunciar una buena noticia, sus principales destinatarios son los pobres e inevitablemente despierta reacciones de oposición.
A través de este relato Lc invita a su comunidad, la segunda generación cristiana que ha perdido la fuerza del impulso evangelizador inicial, a reflexionar sobre su situación y a ponerse de nuevo en camino siguiendo el ejemplo de Jesús y de los primeros cristianos. Es también una interpelación a la iglesia de todos los tiempos que debe volver a escuchar el anuncio profético de Jesús.
[1] “El profeta es un hombre o mujer que conoce el entramado social de su época y que goza, entre la minoría que lo sustenta, de credibilidad moral para ofrecer un proyecto capaz de instaurar en el conjunto social una forma de vida que propicie un mundo justo y solidario, un mundo más humano” (F. Ramis, Que se sabe de… los profetas, Estella 2010, 18, 21 y 32).
[2] R. Fisichella, “Profecía” en DTF pp. 1075-1078.
[3] Cf. B. Malina, El mundo del NT. Perspectivas desde la antropología cultural, Estella 1995, 45-83.
[4] Hermanos, ¿queréis daros cuenta de esto que digo? ¿A caso no oisteis todos este sermón? ¡Cuántos saldrán de aquí sin instruirse! Por lo que a mí toca, a todos hablé; pero aquellos a quienes no habla aquella unción, a quienes el Espíritu Santo no enseña interiormente, salen sin instrucción. El magisterio externo consiste en ciertas ayudas y avisos. Quien instruye los corazones tiene la cátedra en el cielo… en balde voceamos nosotros si no os habla interiormente Aquel que os creo, os redimió, os llamó y habita en vosotros por la fe y el Espíritu Santo” (In Ioan., 3,13 y 4,1 en Obras Completas 18, pp. 245-247).
[5] Cf. S. Guijarro, Jesús y el comienzo de los evangelios, Estella 2006, 178-182.
[6] El Papa en Verbum Domini 86 recuerda esa estrecha relación entre la lectio y la eucaristía: “Así como la adoración eucarística prepara, acompaña y prolonga la liturgia eucarística, así también la lectura orante, personal y comunitaria, prepara, acompaña y profundiza lo que la Iglesia celebra con la proclamación de la Palabra en el ámbito litúrgico”.
[7] Las mayorías pobres de nuestro país son oprimidas y reprimidas cotidianamente por las estructuras económicas y políticas. Entre nosotros siguen siendo verdad las terribles palabras de los profetas de Israel… no son voces lejanas de hace muchos siglos, no son sólo textos que leemos reverentemente en la liturgia. Son realidades cotidianas cuya crueldad e intensidad vivimos a diario…
Esta defensa de los pobres en un mundo seriamente conflictivo ha ocasionado algo nuevo en la historia reciente de nuestra Iglesia: la persecución… nuestra Iglesia ha sido perseguida en los últimos tres años. Pero lo más importante es observar por qué ha sido perseguida. No se ha perseguido a cualquier sacerdote ni atacado a cualquier institución… La persecución ha sido ocasionada por la defensa de los pobres y no es otra cosa que cargar con el destino de los pobres… cuando la Iglesia se ha organizado y unificado recogiendo las esperanzas y las angustias de los pobres, ha corrido la misma suerte de Jesús y de los pobres: la persecución…
(Oscar A. Romero, La dimensión política de la fe desde la opción por los pobres. Discurso de investidura honoris causa. Universidad de Lovaina, 2 febrero 1980).
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