jueves, 24 de diciembre de 2015

Carta de Comunión, Navidad 2015

MISERICORDIA ES ENCARNACIÓN
"Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre"  (Papa Francisco)

La Sinfonía de las criaturas se abre con una confesión: “No nos hemos hecho nosotras a nosotras mismas, Otro ha querido que seamos”. El principio de todo lo creado es un Amor gratuito, precedente y eterno. ¡Misericordia Trinitaria que sale a crear! La Creación eleva este canto de gratitud hacia su Creador, Dios rico en misericordia, porque somos seres innecesarios pero amados; existimos porque Él así ha querido que fuera. Nuestra respuesta a tanto amor es “Gracias”, que no es otra cosa sino reconocernos criaturas y, por tanto, amadas con un amor misericordioso.
Sostener esa creación es también obra de su misericordia entrañable que no ha creado, sobre todo al hombre, para un instante fugaz y pasajero sino para siempre. SU MISERICORDIA ES CREACIÓN. Ser criatura es acoger confiada y humildemente este amor de misericordia que nos crea, nos sostiene y nos da la vida eterna (Ex 3, 14); la criatura es la que inaugura este amor, implícito en el Padre por ser Padre y engendrar al Hijo, y es la que lo vive en toda su esencialidad y verdad más honda pues, en nuestra precariedad creatural, tenemos al Creador que nos ama con misericordia y compasión, con deleite y satisfacción, porque somos obra de sus manos, hechura suya, a su imagen y semejanza, alabanza de su gloria… Sí, somos cantores de su amor misericordioso y esta es la fuente de nuestra alegría y felicidad.

Pero esta Creación gime con dolores de parto (Rm 8, 22). En medio del sufrimiento, el mal, el pecado, la muerte, brota una esperanza inesperada. La huella de la misericordia de Dios en el hombre es esa esperanza invencible que revela precisamente su hechura divina: hemos sido creados para la vida. Creemos en nuestra salvación (salud), esperamos siempre un rescate. Esperamos, a menudo, contra toda esperanza. SU MISERICORDIA ES NUESTRA ESPERANZA. Ella nos recrea y nos hace esperar esa salvación en la que tenemos la certeza o el deseo o la nostalgia o la necesidad de que irrumpa en nuestra vida y la transforme.
Somos seres en constante espera por eso nuestra humanidad la inauguró un gesto nuevo y singular: estar de pie, oteando un horizonte. No es propio del hombre la curvatura sobre sí mismo, la eterna parálisis que no nos deja avanzar. Es tarea del amor misericordioso -¡de la gracia!- ese mandato íntimo que está lleno de esperanza y que tira de nosotros hacia arriba con tal fuerza interior que nos LEVANTA de la postración en la que estamos, nos hace ALZAR LA CABEZA para orientar la mirada hacia el horizonte desde donde SE ACERCA A NOSOTROS la Gracia que esperamos con gemidos, deseos, anhelos, viva necesidad.
Es la misericordia de Dios con nosotros la que ha despertado nuestra esperanza. Habernos sentido amados de tal modo por Él nos ha llevado a la confianza, ni a la desesperanza ni a la arrogancia, sino a la espera esperanzada en Él. La invencible esperanza del hombre hunde sus raíces en su misericordia y así, cada vez que el hombre se sabe amado con un amor de misericordia infinita brota la esperanza en él, por muy agazapada, escondida, pequeña e invisible que sea.

“Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti” (Sal 32, 22). Esa esperanza sembrada en el hombre siempre pedirá plenitud, cumplimiento de una promesa. La misericordia de Dios nos ha acompañado en el camino como un padre a su hijo (Dt 1, 31) pero nunca habíamos visto el rostro de esta misericordia, de ahí la constante plegaria: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación” (Sal 84, 8). Sin embargo, la más íntima verdad de la misericordia es que se hace presente, visible, da la cara. "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado" (Jn1, 18). SU MISERICORDIA ES ENCARNACIÓN, ha bajado, nos ha mostrado su rostro, tomado nuestra carne mortal y ha habitado entre nosotros… como uno más. Dios ha escuchado la súplica del hombre (Sal 31, 17).

“Jesucristo es el rostro de la Misericordia del Padre”[1]. Hemos conocido el Rostro de la misericordia que el pueblo de Israel anheló conocer (Sal 41, 3) y, en ese rostro divino, de recién nacido en Belén, están dibujados los rostros de todas las infancias de la tierra, los rostros de los niños amados y de los aborrecidos, de los niños de escuela y el de aquellos que no saben leer ni escribir, el de los que todo lo tienen y el de aquellos que de todo carecen, el de los que juegan en los parques y el de los que empuñan armas, el de los que sonríen y el de los que llevan una bomba cosida al cuerpo, el de los niños del norte y los del sur, los del este y los del oeste, los de la Patagonia y los de Afganistán… pero, sobre todo, asume el rostro del pobre, la carita famélica de un recién nacido africano, la pícara de un pequeño de favelas, la triste mirada de un niño perdido en las calles de una gran ciudad, la de los niños prostituidos y la de los abandonados, la de los abortados y la de los asesinados, la de los masacrados y la de los maltratados, la del desahuciado y la del refugiado, la del exiliado y la del niño al que le han negado la infancia y la pequeñez, la dicha y la acogida, la protección y el cuidado… ¿A qué otro Rostro mirar para saber cuál es el nuestro propio?
Ha asumido nuestra carne. Si algo ha hecho la enorme crueldad del pecado en el hombre es dejarle expuesto, desnudo, desprotegido, descarnado. La misericordia, la fuente de la esperanza del hombre, es aquella que le reviste de carne, que le da vestido porque está desnudo. Es la primera obra de misericordia de Dios. Él mismo tejerá[2] la nueva carne del hombre revistiéndose Él mismo de ella, de nuestra humanidad doliente e imperfecta. ¡Misericordia abundante e insospechada la de su Encarnación! En Jesucristo llega a plenitud la relación entre Creador y criatura y, por tanto, es la sede del amor misericordioso de Dios hacia los hombres. Nunca un Dios quiso acoger la condición de su criatura, nunca abajarse hasta asumir lo que no es. Y, Tú, Dios nuestro, no solo no rehúyes nuestra cruda humanidad sino que deseas revestirla de misericordia viniendo Tú mismo a ella, cubriéndola con tu amor y tu persona, cubriendo esta desnudez mortal que está a menudo tan llena de heridas y de fango y de luto de muerte; recubriendo con tu carne divina, nuestros huesos secos, esparcidos por este valle de lágrimas, y los has cubierto con tu manto de misericordia (Ez 37, 1-28). Todo amor que podamos dar y darnos tendrá este camino encarnatorio que Tú abriste.
Y así ha querido habitar entre nosotros (Jn 1, 14) haciéndose niño entre los hombres. Ha tenido madre y padre, ha vivido en una familia humana, se ha dejado cuidar y querer… El que es misericordia ha querido conocer la nada, lo que no cuenta, lo que está caído en el polvo. Maximus in minimus. Solo así, Jesucristo, el Verbo encarnado, será el Mediador de Misericordia, Dios y criatura. No se puede ser misericordioso si uno no sabe lo que es ser criatura y depender de otro.
Pero no solo quiere hacerse uno con nuestra pobreza sino que ha venido para mostrarnos el amor con el que somos amados por el Padre. Este Hijo pequeño ha venido a mostrarnos al Padre, Dios de misericordia y de consuelo, de reconciliación y de perdón, que quiere que el hombre viva y viva para siempre.
La misericordia de Dios ha descendido hasta nosotros, se ha hecho visible en ese descenso, y ha asumido nuestra condición creatural. Así el Hijo ha recibido la misericordia del Padre como la recibe toda criatura salida de sus manos. Dios a Dios ofreciéndose misericordia para que el hombre la reciba y la ofrezca a su vez.
Contemplemos este misterio insondable del Amor de Dios por su criatura y démosle morada para que nos muestre su amor personal por cada hombre y su designio de amor entre nosotros para que “su Misericordia llene la Tierra” (Sal 32, 5).

¡Feliz Natividad del Señor! Unidísimas a todos vosotros, contad con nuestra oración y comunión.

M. Prado
Monasterio de la Conversión
Sotillo de La Adrada (Ávila)

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[1] Pp. Francisco, Bula Misericordiae Vultus, 1, 11 de Abril, 2015
[2] El Padre, el Espíritu Santo y María, también evocada desde la antigüedad como hilandera y tejedora, irán dando carne al Verbo.

martes, 22 de diciembre de 2015

2015 KARÁCSONY

A KÖZÖSSÉG LEVELE - Megtérés Közösség (Sotillo de la Adrada)

Áldott az Úr születése,
mert megmutatta nekünk az Atya arcát,
magára öltötte mezítelenségünket és miután éhségünket és szomjunkat csillapította,
lakóhelyet adott nekünk és Arcában a magunkéra ismertünk.
… mert IRGALMASSÁGA örökké megmarad!



AZ IRGALOM MEGTESTESÜLÉS
“Jézus Krisztus az Atya irgalmasságának az arca” Ferenc pápa
2015 KARÁCSONY
A teremtmények szimfóniája ezzel a vallomással indul: “Nem mi magunk teremtettük magunkat; Más akarta, hogy legyünk.” Minden teremtmény kezdete az ingyenes, megelőző és örök Szeretet. Háromságos Irgalom, mely teremteni indul! A teremtett világ hálaéneket zeng Teremtőjének, az irgalmas Istennek, mert haszontalan, de szeretett lények vagyunk; azért létezünk, mert Ő így akarta. Erre a hatalmas szeretetre válaszunk a hála s hogy teremtménynek ismerjük el magunkat, irgalmas szeretettel szeretetteknek.
A teremtés életbentartása is gyengéd könyörület. Nem futó, múló pillanatra teremt - különösen az embert nem - hanem örökre. IRGALMA TEREMTÉS. Teremtménynek lenni annyi, mint bizalommal és alázattal elfogadni ezt a bennünket teremtő, fenntartó és örök életet adó irgalmas szeretetet (Kiv. 3,14). A teremtmény indítja el ezt a szeretetet, amely az Atyában magától értetődő atyai mivolta miatt s mert Ő nemzi a Fiút; és a teremtmény éli meg legmélyebb valójában és lényegében, mert nyomorúságos teremtményi mivoltunkban van egy Teremtőnk, aki irgalommal és könyörülettel szeret bennünket, örvendező és elégedett szeretettel, mert kezének műve vagyunk, keze munkája, képmása, az ő dicsőségét zengjük… Igen, irgalmas szeretetét zengjük - ez boldogságunk és örömünk forrása.

De minden teremtmény együtt sóhajtozik és vajúdik (Róm. 8,22). A szenvedés, a rossz, a bűn és a halál közepette váratlan remény fakad. Az Isten irgalmának nyoma az emberben éppen ez a legyőzhetetlen remény, ami Isten keze nyomát mutatja: életre teremtettünk. Hiszünk az üdvösségben és állandóan remélünk a megmentésben. Sokszor a reménytelenségben is remélünk. IRGALMASSÁGA A MI REMÉNYÜNK. Ujjáteremt bennünket és általa várjuk a biztos, vágyott és visszavágyott megváltást; szükségünk van rá, hogy belépjen életünkbe és átformálja.

Folytonosan várakozó lények vagyunk. Emberségünket egyedi és új tartás jellemzi: talpon lenni, a messziséget fürkészni. Az embernek nem sajátja a magábaroskadás, az állandó merevség, mely nem hagy bennünket előbbre lépni. Az irgalmas szeretet és a kegyelem feladata az a belső, reményteli parancs, amely felfelé húz bennünket, TALPRA ÁLLÍT bénultságunkból, FELEMELI FEJÜNKET, hogy tekintetünket a messziségre szegezze, ahonnan KÖZELEG a sóhajtozva, vágyakozva, sóvárogva, élő szomjjal remélt Kegyelem.
Isten irántunk való irgalma kelti fel a reményt. Az vezet el az iránta való bizalomra, ahogyan szeret bennünket, nem az elkeseredés s nem az erőszak, hanem a bizakodó remény. Az ember legyőzhetetlen reményének gyökere az Ő irgalmassága, s így az ember, akárhányszor végtelenül irgalmas szeretettel szeretik, reményre ébred, bármilyen kicsi, rejtett, láthatlan, búvó reményre is. “Legyen Uram, irgalmad rajtunk / amint Benned bizakodunk” (Zsolt 33,22) Ez az emberbe ültetett remény mindig teljességet, beteljesülést vár. Isten irgalma úgy hordozott bennünket az úton, mint apa a gyermekét (MTörv. 1,31), de sosem láttuk ennek az irgalmasságnak az arcát. Ezért az állandó imádság: “Mutasd meg nekünk, Uram, irgalmasságodat és szabadításodat add meg nekünk” (Zsolt 85,8) De az irgalom legbelső igazsága megjelenik, megmutatja arcát. “Istent soha senki nem látta: az egyszülött Isten, aki az Atya kebelén van, Ő nyilatkoztatta ki” (Jn 1,18) IRGALMA MEGTESTESÜLÉS. Alászállt, megmutatta nekünk arcát, halandó testünket magára vette és közöttünk lakott… eggyé vált közülünk. Isten meghallgatta az ember sóhaját (Zsolt 30,11) “Jézus Krisztus az Atya irgalmasságának az arca. Színről színre megláttuk az irgalmasság Arcát, amit Izrael népe hőn áhított látni (Zsolt 42,3). Ezen az arcon, a betlehemi újszülöttén, kirajzolódik a Föld minden gyermekének arcvonása: a szeretett és az elhagyott gyerekeké, az iskolásoké és az írástudatlanoké; azoké, akiknek mindenük megvan és azoké, akik mindent nélkülöznek; a játszótéren játszóké és a fegyvert fogóké; a mosolygósaké és azoké, akiknek testére bombát erősítettek; az északi és a déli gyermekeké, a keletieké és a nyugatiaké, a patagóniaiaké és az afgánoké… De mindenek előtt a szegények arcát ölti magára, az afriakai éhező újszülöttét, a nyomornegyedek kis lurkóiét; a nagyváros utcáin tekergő, szomorú szemű kis csavargókét; a prostituált és az elhagyott gyermekekét; az abortált és a meggyilkolt gyermekekét; a kínzottakét és a bántalmazottakét; a kilakoltatottakét és a menekültekét, a száműzöttekét és azokét, akiket megfosztottak a gyermekkortól és a kiskortól, a boldogságtól és a befogadó szeretettől, az oltalomtól és a gondoskodástól… Ki Másnak az arcára tekinthetnénk, aki megmutatja, melyik a miénk?

Magára vette testünket. A bűn valóban kegyetlen nyoma az emberen az, hogy védtelenné, mezítelenné tette; lecsupaszította. Az irgalom, az ember reményének forrása felruházza, mert mezítelen; testet ölt. Ez az isteni irgalmasság első cselekedete. Ő maga szövi az ember új testét; magára ölti fájó és tökéletlen emberségünket. Váratlan és mérhetetlenül gazdag irgalom a Megtestesülés! Jézus Krisztusban kiteljesül a Teremtő és teremtmény kapcsolata, őbenne lakozik az Isten ember iránti irgalmas szeretete. Egy isten sem akarta azelőtt magára venni teremtménye mivoltát, egy sem akart lealacsonyodni azzá, ami nem ő. De Te, Istenünk, nemcsak hogy nem veted meg emberségünket, hanem irgalmasan felruházod. Te magad jössz el, hogy befedd szereteteddel és önmagaddal, hogy befedd halálos mezítelenségét, gyakran sebekkel, sárral és gyásszal borított testét; e siralomvölgyben szétszórt, száraz csontjainkra ráadod isteni tested, betakarsz isteni irgalmaddal (Ez 37,1-28). Minden szeretetnek, amit adunk és kapunk ez a megtestesítés az útja, amit Te nyitottál meg előttünk.
Így akart közöttünk lakozni (Jn 1,14), gyermekké lett az emberek között. Volt apja és édesanyja, emberi családban élt; hagyta, hogy szeressék és gondoskodjanak róla… Aki maga az Irgalmasság, meg akarta ismerni a semmit, ami nem számít, ami porba hullott. Maximus in minimus. Csak így válhat Jézus Krisztus a megtestesült Ige irgalomszerzővé, Istenné és teremtménnyé. Nem lehet irgalmas, aki nem tudja, mit jelent mástól függeni, teremtménynek lenni.
De nemcsak a szegénységünkkel akar egyesülni, hanem azért jött, hogy megmutassa, milyen szeretettel szeret bennünket az Atya. Ez a kisgyermek azért jött, hogy megmutassa nekünk az Atyát, az irgalmas és vigasztaló, kiengesztelő és megbocsátó Istent, aki azt akarja, hogy az ember éljen és örökké éljen.
Isten irgalmassága közénk szállt, látható formában alászállt és magára vette teremtményi természetünket. A Fiú úgy kapta meg az Atya irgalmát mint minden teremtmény, kezének műve. Isten az Istennek felajánlja az irgalmasságot, hogy az ember azután maga is megkapja és továbbadhassa.
Szemléljük Isten Szeretetének kifürkészhetetlen titkát a teremtmény iránt és adjunk neki szállást hogy megmutassa minden ember iránt érzett személyes szeretetét és ránk vonatkozó tervét, hogy “irgalma betöltse a Földet” (Zsolt 33,5).

Áldott Úrjövetet! Imádsággal és közösségben mindannyiotokkal

M. Prado

lunes, 30 de marzo de 2015

Carta de Comunión - Pascua 2015


"LOS CONDUCE EL COMPASIVO" 
(Is 49, 10)

De la crueldad a la compasión.


EL ESCENARIO DE LA CRUELDAD. ¿Será posible una vida sin crueldad? ¿Y habrá un lugar para la compasión en la vida? El ciclo de la existencia de los seres vivos es un camino plagado de violencias y crueldades. Como en el mundo animal también en nuestra misma sociedad humana la crueldad no nos es ajena, muy al contrario, impregna la estructura comunitaria, social; la mirada sobre el ser vivo y sobre el ser humano, empaña el pacto social; la vemos brotar en medio de nosotros y la sentimos agazapada y desafiante en lo íntimo de nuestro ser; es obra de uno y de muchos; es un abismo excavado en el corazón desde la infancia, día tras día, golpe tras golpe o ley tras ley, y que todos, en alguna medida, conocemos.

Tras un acto de crueldad hay acumulados muchos rencores, muchas pequeñas iras, desilusiones, insatisfacciones, precariedades… Esconde defensas y ataques. Nos revela como animales hechos de miedos y sospechas, de afán de poder de uno sobre otro, de temores… de pulsiones ancestrales a menudo adobadas por la misma sociedad en la vivimos.

Ella, la crueldad, descarna, quita velos, ropajes, vestimentas, piel, arranca aquello que protege al hombre, hasta llegar al “crudo” humano, a lo más desamparado, indefenso, precario y sometido, y lo hace siempre violentamente, aunque parezca fría, calculada y lenta. Necesita ver la sangre, lo sagrado, el signo de la vida y de la muerte, rozar esa frontera de la vida y satisfacerse en ello, eso es la crueldad, un mal dios, un mal poder y soberanía. La risa despiadada ante un hombre en su zozobra, en su indefensión, en su miedo, en su torpeza o su límite, evidencian la crueldad.

Es la acción más perversa sobre el otro aunque a su vez responde a un desprecio radical sobre el propio yo, juzgado por la crítica e inmisericorde mirada ajena, extraña y poco amigable, que cada uno proyecta sobre uno mismo y sobre los demás, a los que juzga como enemigos, sospechosos, contrincantes.
La crueldad humana es una pasión ciega que no ve al hombre al que golpea sino un objeto, un obstáculo, un muñeco sin nombre propio y sin identidad. Solo tiene delante una miseria contra la que puede actuar. Así es muy fácil asesinar, volar un metro, un supermercado, una Iglesia…

No es algo extraordinario ni extraño. El terrorismo, que ha padecido siempre el hombre y que ahora padecemos, es el paroxismo de la crueldad. La finitud, hasta caer enferma, nos arroja a los escenarios más crueles, aunque también es la finitud la que nos puede enseñar la senda de la compasión.


EL TERROR DEL HOMBRE A LA CRUELDAD. El hombre no soporta la crueldad, a pesar de que todos la llevemos agazapada en los entresijos de nuestro ser como un virus difícil de erradicar, siente temor ante la crueldad del otro y ante la suya propia, que puede llegar a cegarle y a hacerle perder toda cordura, raciocinio y lógica. La fiereza humana puede ser temible. Se agranda, ante la crueldad humana, la incertidumbre en la que vivimos.
En esta guerra entre iguales el hombre grita a Dios: “Sálvame del hombre cruel y malvado (que puede estar enfrente pero también dentro), Tú que eres mi Dios y Salvador” (salmo 42) y así expresa dos certezas: que solo a Él puede acudir como bastión de defensa, de fortaleza, de confianza y seguridad, incluso de escondite, porque es su Dios y Señor, su Salvador, y que el temor más grande del hombre es que Dios fuera cruel, que fuéramos abandonados por Él o descarnados por Él. ¿Dónde quedaría un puerto en el que atracar? Sería entonces preferible y justificable perderse a la deriva. La crueldad de Dios sería la razón suficiente para no creer en Él y vivir en la radical desconfianza.


EL DIOS COMPASIVO Y MISERICORDIOSO. Pero Dios es compasivo y misericordioso (sal 86, 15; Sal 50, 18-19; Sal 145, 8; Is 1, 18; Joel 2, 13; Si 2, 11). Asume al hombre, lo carga, lo protege, lo cubre con una nube, lo signa en la frente para defenderlo, Él se pone en su lugar… Nunca hemos visto reírse a Dios de la precariedad humana, ni de sus torpezas y ridiculeces. Nunca le hemos visto torcer la tuerca, el garrote vil, para mostrar cómo se asfixia a un hombre. Cuando el hombre así actúa en su Nombre yerra dramática, dolorosamente, pues su Mano lleva nuestra existencia con misericordia y compasión.

¿No será ante Él donde la crueldad se para en seco? ¿Ante Él que alza su mano y amaina la tempestad? ¿Ante Él, cuyo corazón no conoce la crueldad? Y, si no es Él, ¿quién?, ¿cómo parar este impulso asesino de poder, de éxito, de muerte? Y sin Él, ¿puede haber realmente un mundo sin crueldad?


EL CAMINO DEL COMPASIVO. Nos conduce el Compasivo (Is 49, 10)
Jesús, el Hijo de Dios, inaugura una vía posible en el imposible humano abriendo un camino en la maleza, trochando una senda con su encarnación, vida, muerte y resurrección, por la que el hombre puede caminar hacia el Padre. Él nos conduce, va delante, nosotros seguimos sus pasos. Él mismo es esa Vía.

Encarnación y redención son el fruto de la compasión y misericordia de Dios por el hombre – Si algo se merece el hombre es compasión- que le ha sacado de los poderes más crueles y mortíferos hasta provocarle a compasión incluso hacia su mismo Dios y Señor.

Jesús ha llevado la compasión al límite de lo impensable, de lo inesperado y de lo correcto a fin de cambiar nuestra arcana crueldad en compasión: Es el Compasivo y el Compadecido por su criatura. Que Dios se compadezca del hombre… ¡pero que Dios quiera ser compadecido por el hombre! Es lo radicalmente nuevo, una transgresión total del orden de las cosas, de la realidad, porque quien compadece tiene un poder sobre el otro; quien es compadecido está bajo el poder del otro y Él, Dios mismo, ha querido ser compadecido por nosotros. Una seña más del “admirable intercambio” del amor (S. Agustín, Serm. Güelf 3).

Así es. Jesús, sometiéndose a nuestra crueldad, atravesando nuestra tierra de sangre y espadas, provocó nuestra compasión, arrancó nuestro corazón de piedra y de violencia e hizo nacer un corazón compasivo y misericordioso, capaz de derramar lágrimas por el otro, por el Otro. Esa es la novedad de la compasión cristiana, no ver la condición humana desde arriba sino desde dentro y desde abajo, entrar en su indigencia, precariedad, desnudez, la “nuda vida”, la descarnada humanidad, su crudeza y crueldad, para romper hasta hacer mil pedazos nuestro corazón de muerte y abrirlo al advenimiento de un corazón nuevo, a imagen del Suyo, lleno de compasión y misericordia.

La obra de transformación de la crueldad en compasión se ha llevado a cabo a través del poder- sin poder, una potencia que va más allá de todo poder humano rompiendo la pulsión negativa y destructiva del hombre. Ese anti-poder de Dios ante el hombre lleva los sellos inequívocos de una novedad que es un imposible para el hombre pero no para Dios: el abajamiento, la proximidad, la identificación: el abrazo de nuestra condición hasta superar el asco y la repugnancia, la indiferencia y la distancia, la defensa y la autodefensa, hasta la transformación del corazón malvado, cruel, salteador o levita, en un corazón samaritano.

Quedan amigadas así la paciencia y la mansedumbre con la proximidad y el acercamiento al hombre, la pasividad, que asume, con la acción, que ofrece, la receptividad con la ofrenda. Solo como le hemos visto hacer a Él se comprende y se vive la compasión. Él dice en la Pascua “¡Sí, hay vida sin crueldad!”. Él, el Compasivo silencioso, la Divinidad herida, el que ha querido ser señalado como hombre, “Ecce Homo”,  el sufrido Inocente que calla y no abre la boca, que no devuelve el insulto, que no levantó su mano poderosa para caer sobre nuestras despiadadas crueldades y quebrar nuestro pabilo vacilante, que imploró para su verdugo el perdón -¿quién conoce los estrechos desfiladeros de horror por los que atraviesa el hombre hasta convertirse en verdugo y, por tanto, también en víctima?-, el “Cualquiera” … Dirijamos nuestros ojos hacia Él, hagamos propia su mirada, su silencio, su Palabra, sus gestos… abramos el corazón a la hospitalidad, el perdón, la belleza, la bondad, la reconciliación, la gratitud, la gratuidad… depongamos todo poder y dominación, toda lucha fratricida, toda ceguera que nos impida ver al hombre como hermano… y acojamos que Él, el Amor Compasivo, nos conduzca (Is 49, 10).

Dejemos atrás el lastre de bestialidad y fiereza y revistámonos de gracia y de santidad, a imagen del Hombre nuevo, hechura del agua, del fuego, la sangre y el Espíritu. Una nueva criatura nacida del seno de un sepulcro en la mañana de Pascua. ¡Aleluya!


Unidas a todos vosotros os deseamos una Feliz Pascua del Compasivo.


M. Prado
Comunidad de la Conversión

Comunicado ESPECIAL

          
Queridos hermanos y hermanas, amigos y amigas, familias que nos acompañáis en el camino de la vida y en el camino hacia Él, compartimos con vosotros el último paso decisivo que ha dado nuestra Comunidad de la Conversión.

Por petición del Cardenal D. Juan Luís Cipriani, Arzobispo de Lima (Perú), con el apoyo de nuestro Padre General, Alejandro Moral, con la compañía de​l P. Provincial​ de la Provincia de Nuestra Señora de Gracia de Perú​​, P. Alexander Lam, ​y de nuestros hermanos agustinos de España y Perú​, un grupo de hermanas de nuestra Comunidad de la Conversión se ha hecho presente en el Monasterio de la Encarnación de Lima, perteneciente a Nuestra Orden de San Agustín, con el fin de restaurar y renovar la vida de aquella histórica comunidad, la​ primera comunidad monástica femenina del continente americano.


Así pues, respondiendo a dicha petición, el día 18 de febrero llegaron a Lima desde España las primeras cinco hermanas que formarán parte de este proyecto nuevo de renovación y comunión: Hna. Carmen Toledano, Hna. Marlene Quispe Tenorio, Hna. Amaya Hernández Muñíz, Hna. María Isabel Inoñán Quiñones y Hna. Laura Palomino Carreño.​


​ Unidas a las Hermanas pertenecientes al Monasterio, M. Leonor, M. Anita, M. Rosa, M. Nieves, Hna. Teresita, Hna. Rita, y a las diez hermanas de nuestro Monasterio de la Conversión (de votos solemnes, temporales, novicias y postulantes) que en breve se añadirán a ellas, serán el nuevo rostro del Monasterio de la Encarnación de Lima (Perú), O.S.A.

Os pedimos para ellas y para todas las hermanas del Monasterio de la Conversión que nos tengáis presentes en vuestra oración y permanezcáis en la cercanía y la comunión que ha sido siempre para todas nosotras una fuente de gratitud y de confianza en Dios y en los hombres. Junto a todos vosotros responderemos a esta llamada del Señor a renovar y hacer fecundo el espíritu agustiniano en este país tan querido por todas nosotras desde prácticamente el momento de nuestro nacimiento como Comunidad en el año 2000.

Unidísimas, con un solo corazón y una sola alma hacia Dios.

M. Prado
Monasterio de la Conversión
Sotillo de la Adrada, Ávila



Imagen del claustro del Monasterio de la Encarnación. Lima
Monseñor Salvador Piñeiro, Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana