“…os habéis congregado en comunidad…”
(Regla de S. Agustín, c. 1, 3)
Queridas hermanas, nuestros pies están hollando ya las tierras otoñales, nuestros ojos aprecian el cambio de color de la naturaleza, de los atardeceres, de los árboles, de las plantas, de las aves…; nuestro corazón mide el nuevo tiempo que está entrando pausadamente, la luz, que se hace más breve, y la noche, más larga; el viento nuevo ha refrescado estos campos que aún arden por el sol del estío. Llegarán las lluvias… Nosotras volvemos a quehaceres conocidos, nos recogemos de nuevo, con un anhelo de buscarle a Él con intensidad y amor, con el deseo de volver a preparar la tierra para que sea buena, para poder sembrar en ella y que dé su fruto a tiempo y en abundancia. Si estuvimos unidas en el verano, entre la gente, en nuestras “itinerancias”, en la acogida de peregrinos y en el acompañamiento de jóvenes en la JMJ…, seguimos unidas ahora, al ordenar de nuevo todas las cosas, al volvernos hacia dentro, para escuchar lo que Él nos diga y seguirle por donde Él nos lleve. El Señor Jesús nos acompaña, nos coge de la mano, está a nuestra derecha y a nuestra izquierda, detrás y delante y en el centro mismo de nuestra comunidad. Así, con Él entre nosotras, nos ponemos de nuevo en camino.
Este año tendrá su empeño: la COMUNIDAD. Después de tres años en el que hemos rozado el tema de Dios Amor, Dios trinitario, Dios como Padre, como Hijo, como Espíritu, en el que nos hemos detenido en el fundamento de nuestra confesión de fe, en la Paternidad divina, en la Filiación y en la Fraternidad, ahora entraremos en el fruto de todo ello: la Comunidad, siempre comunidad de fe, también comunidad de vida en el seguimiento del Señor.
Hay una imagen que desearía que tuviéramos como expresión plástica del misterio comunitario. Las personas somos aperturas, ventanas, que dejan ver a Dios. Cada una tenemos nuestra anchura, nuestra profundidad; cada una deja ver algo del misterio divino, por eso la persona es revelación siempre velada de su Creador y Señor. El trabajo de colaboración a esta gracia dada consiste en agradar el hueco de la visibilidad, en evitar las opacidades que puedan ocultar, en limpiar la grieta por la que pasa la luz. Aún más: cuanto más nos acerquemos las unas a las otras, más grande será la apertura por la que es posible ver el misterio de amor que nos aguarda, Dios mismo, Al Padre, al Hijo con el Espíritu. ¿No tuvo Jesucristo esa misma pretensión ante un mundo que se negaba a querer ver y que vivía en la cerrazón y en el egoísmo?¿No se dejó abrir en el acto supremo del amor, en la cruz, para que entráramos por sus llagas a la Casa del Padre? ¿No fue esa misma pretensión la de la Trinidad cuando en la Encarnación abrió la ventana que permitiera al hombre atisbar el misterio de Amor más grande, inconmensurable e infinito? Nuestra unidad tiene esa finalidad, primero para los que se acerquen a nosotras queriendo ver su Rostro y el Amor sin límites de Dios; después, porque nosotras mismas, sin fronteras ya y sin marcos, perteneceremos a la misma visión.
Así, el misterio de Dios lo contemplaremos desde la vida a la que hemos sido llamadas, la Comunidad religiosa, la de aquellas que quieren seguir al Señor más de cerca, con absoluta disponibilidad a lo que Él pueda pedirnos y servirle allí donde y como Él quiera. La comunidad será este año para todas nosotras, lugar de vida, desde el que contemplamos lo que Dios va haciendo en nosotras, y desde el que contemplamos la vida misma de Dios.
Son dos orientaciones de nuestra contemplación: Contemplar a Dios en la comunidad, presente entre nosotras, aquí, en la comunidad reunida en su Nombre y elegida por Él; aquí, donde estamos, vivimos y somos. Y contemplarle desde la comunidad, haciendo de este lugar en el que Él habita el espacio de contemplación amorosa y de entrega generosa y fiel y el espacio desde donde dirigimos nuestra mirada y nuestra vida hacia Dios mismo. Verle entre nosotras y desde esta comunidad reunida en su Nombre verle a Él, contemplar el misterio de su Vida. A la vez será desde la misma comunidad como estamos llamadas a contemplar y servir al hombre, nuestro hermano, y desde ella servirle, amarle.
Se trata de vivir desde la dimensión comunitaria, cuando nos referimos a Dios, y cuando nos referimos al hombre, o a nosotras mismas. Vivir en Comunidad es vivir desde la comunidad, desde lo que somos: un pequeño grupo de mujeres unidas con un solo corazón y una sola alma hacia Dios. Nada pues remite ya en nuestra existencia a una soledad cerrada en sí misma. Es un modo de romper con el solipsismo del yo, con el egoísmo; es por eso una llamada de Dios a un modo nuevo de ser en el mundo: ser comunión. Formar comunidad es una manera explícita de responder a Dios. Hasta el silencio, la soledad, la interioridad, está transida de comunión. Esta es nuestra vocación, hagamos lo que hagamos, siempre lo haremos desde el corazón de una Comunidad. Hacia Dios y hacia el hombre nos dirigimos formando comunidad, como una sola persona, con un solo corazón y una sola alma.
Nos llama el Amor de Dios que hemos descubierto como Amor de Comunidad, Amor Trinitario, Amor de relación entre Personas, Amor de Comunión. Esto es lo primero que deseamos vivir, como Él vive, a imagen de su misma vida. Todo el trabajo hacia el hombre, el mismo amor que nos mueve hacia Él parte de aquí, de esta certeza, de que el mismo Dios es un Dios Trinitario, un Dios Amor que ama al hombre con un amor que dimana del amor en el que vive. Jesús, en su amor al Padre, nos enseña a amar a Dios y a amarnos entre nosotros. En su éxodo hacia el hombre nos enseña hasta dónde ha de llegar el amor que habita en nosotras. Todo lo aprendemos de Él, Dios Trinidad es la escuela de amor, y la fuente del amor y el origen mismo de todo amor.
Hemos desembarcado en la comunidad porque antes nos hemos sabido hijos y hermanos o porque hemos comprendido que ahí estaba la razón de la vida humana. Sin filiación y sin fraternidad no hay comunión porque falta el suelo firme que la sostiene. Es sabernos hijos de Dios e hijos en el Hijo; es sabernos hermanos del Hermano mayor y hermanos entre nosotros lo que posibilita un camino común, “un solo corazón y una sola alma”. Y es lo que posibilita también una tarea, una misión, un destino: “hacia Dios”. La conversión del hombre se realiza desde esta comunión por eso nuestra vida quiere trochar estos dos caminos, apoyándola firmemente en estas dos fuertes llamadas: a la comunión y a la conversión, a la conversión por la comunión. Nuestra misma conversión ha sido fruto de esta comunión en Cristo de aquellos que nos amaron hasta provocar nuestro retorno.
Durante este año vamos a intentar explicarnos aquello que vivimos, que queremos vivir para trazar las líneas maestras que perfilen nuestra comunidad de la mejor manera. Buscaremos durante este año la razón de ser, el sentido de esta llamada, su qué, su por qué y para qué.
Todo esto ha de llevarnos a una mayor unidad entre nosotras, a una más nítida identidad, a ser dentro de nuestro mundo una célula viva, una fuente de vida, un lugar de gracia y de vida. No estamos aquí para esperar tediosa y angustiosamente la muerte sino para encaminarnos hacia la Vida.
Ser comunidad es un reto para todas nosotras, es don y tarea. Hay mucho que hacer dentro de ella, mucho que vivir, es todo un horizonte, toda una misión. Pero también la comunidad tiene un horizonte hacia fuera de ella misma. Hay mucho que hacer en él desde la comunidad. Una comunidad religiosa tiene en sí misma una fuerza de Dios, una gracia, un fuego que debería convulsionar el mundo en el que vive. Porque es una ciudad sobre el monte, una lámpara encima de la mesa; porque es la fuente que mana Agua viva, el árbol que da frutos a su tiempo, la roca sobre la que apoyar la existencia; es el lugar de la alabanza a Dios, de la gratitud, de la petición más humilde a Dios en medio de los hombres, con ellos y para ellos… es la mano abierta a todos y el corazón universal que ama a todos y cuida de todos y nadie le es indiferente. Una comunidad es un corazón que bombea vida, un amor que no descansa, una esperanza que jamás se arruga y ni se afea, una fe inquebrantable… Realmente si fuéramos conscientes del Don que somos de Dios para el mundo “no habría espacio suficiente para correr” para encontrarle a Él y para ofrecerle al mundo. Yo creo que esto va a sucedernos a nosotras. Va a haber un estallido de gracia que nos transformará en un ascua incandescente, en un fuego de luz y calor para nuestros hermanos. Gracia, cruz y fuego son los pasos propios de nuestro itinerario religioso, como Él lo fue en su historia de salvación entre nosotros, los hombres.
Ojalá sea para todas un regalo ser comunidad y buscarle y seguirle a Él desde ella. Ojalá nos encontremos a nosotras mismas en los más bellos textos evangélicos y apostólicos en los que se nos habla del Amor mutuo, del Amor fraterno, de las comunidades surgidas del mensaje de Cristo, del Amor de Dios… Ojalá salte nuestro ser de gozo ante el misterio de amor que encierra la vida comunitaria en el seguimiento de Cristo el Señor. Ojalá toda la Comunidad seamos el signo vivo de que Dios acompaña al hombre mientras peregrina, hasta que llegue a la comunión plena en el Día sin ocaso. Ojalá un día sea esa ventana apertura inmensa, hecha de millones y millones de “pasos de luz” que decidieron unirse a fin de hacer brillar el misterio escondido en los siglos, la radiante luz de mediodía que es la Vida de Dios, el esplendor de la gracia, lo ancho, lo largo y lo profundo del Amor de Dios.
Enormemente feliz de haber sido llamada a esta Comunidad, con todas vosotras, os animo a iniciar este nuevo tramo del camino con la mirada puesta en lo que Dios quiere de todas nosotras y con el corazón abierto y dispuesto a darle nuestro sí incondicional, individual y comunitariamente.
Un solo corazón y una sola alma.
Vuestra hermana, Prado.