Con profunda alegría celebramos en estos días el Nacimiento de Nuestro Hermano mayor y esto nos acerca, nos hace recordar que hemos sido agraciados por Dios, reconocer el Don recibido y responder con renovada y gozosa gratitud. Dios ha querido caminar con los hombres enhebrando su Vida a la nuestra hasta el punto de ser verdaderamente un Dios-con-nosotros y uno de los nuestros. Por tanto, festejamos el nacimiento de nuestro Hermano mayor, Jesús, porque fue Él el que nos hizo hermanos, el que nos habló del Padre y el que restauró la relación primera entre el hombre y Dios. Hemos recibido en Él la herencia perdida porque "Si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo" (Rom 8,17). Dios Padre lo quiso así: en Jesús, su Hijo, somos también nosotros Hijos suyos.“Él nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya” (Ef 1, 5).
Porque en Él somos hijos del mismo Padre también somos hermanos. Él abrió a la Humanidad la posibilidad de una verdadera fraternidad; Él es nuestro hermano y nuestro hermano mayor, el que va por delante, el que abre las puertas, el que nos muestra al Padre y el que se hace Camino hacia Él, el que parte para nosotros el Pan y bebe el cáliz por nosotros, este hermano mayor ha asumido antes que ninguno lo que significa ser hombre y vivir en nuestro mundo, por eso puede ser nuestro compañero y nuestro Salvador… En este hermano mayor todos somos hermanos. Desde la Encarnación la palabraHermano evoca una valiosa realidad que se nos ha ofrecido en la vida como pertenencia, compañía, comunión, apoyo y ayuda. Cuando decimoshermano, nos viene a la memoria nuestro origen común, nuestros padres; se evoca ese universo de valores del que procedemos, en el que vivimos, el que nos envolvió desde la infancia y nos impregnó hasta las entrañas; se agradece esa primera escuela de vida con el semejante, con el igual, con el que se ha de compartir todo porque todo procede de un mismo arca común. Ser hijo nos vincula con aquél que nos precede, cuyo amor precedió y fundamentó nuestra existencia y nuestra respuesta de amor, pero ser hermano nos vincula a otro igual, que nació de la misma fuente, en cuya compañía vivo, con cuya existencia se ratifica una fecundidad dichosa, una abundancia de amor que acogió a muchos, un modo de ser hombre que nos arranca de toda soledad y de toda servidumbre y esclavitud. Esta hermandad con Jesús se abre a todo hombre y mujer de cualquier raza, sexo o condición social haciéndonos “uno en Él” (Ga 3, 27ss).
Aún va más lejos esta fraternidad, porque nombrar a Jesús “Hermano nuestro” y escuchárselo a Él decir de los más pobres entre los pobres es entrar en lo más profundo del misterio de salvación de Dios. Él eligió ser el hermano menor y, así, siendo rico se hizo pobre, siendo primogénito se hizo último, siendo libre se hizo esclavo (cf. 2Co 8, 9). Por esto su presencia entre nosotros inaugura una nueva fraternidad: Él será el más humilde entre los hermanos y así querrá que le reconozcamos. “Lo que hagáis al más humilde entre mis hermanos a mí me lo hacéis” (Mt 25, 40). Por eso ahora se hace niño en Belén y por eso un día aceptará ser Cordero Pascual en Jerusalén.
Paternidad, filiación y fraternidad cristianas arrancan de la generosa Fuente del Dios Amor. Desde la enorme grandeza de Dios hasta su anonadamiento y humildad extremas solo hay Amor y Amor sin límites. Solo un Dios Amor podía hacer todo esto por el hombre. Solo Dios Amor.
Es lo que celebramos Hoy, en esta Nueva Pascua de Navidad. Vivamos esta fraternidad en Cristo Jesús: avivemos con gestos de amor los lazos con nuestros hermanos de sangre; estrechemos los vínculos con nuestros hermanos en la fe, con los que compartimos el Cuerpo y la Sangre, la Palabra de Dios, la vida y la misión; establezcamos puntos de encuentro con los hermanos de otras Iglesias cristianas; vayamos en busca de nuestros hermanos alejados o perdidos en el torbellino de la vida; seamos uno con el hermano pobre y necesitado, recordemos especialmente el drama que viven nuestros hermanos de Haití, de Chile y de tantas otras partes del mundo y hagamos lo que esté en nuestras manos por remediarlo.
Dispongámonos a acoger con María al Jesús Niño, nuestro hermano, que está al llegar y pidamos al Padre en esta Buena Noche:
“Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana; inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo o desamparado, ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido. Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando” (Plegaria Eucarística V).
Vuestras Hermanas de la Comunidad de la Conversión os deseamos con inmenso afecto
¡Feliz Pascua de Navidad!